Una Marrón de 9,600 en la Boca del Chimehuin

Por L. “Chiche” Aracena

Chiche Aracena es un antiguo y reconocido pescador, que hoy reside en Neuquén. Desde allí ha enviado este relato de la captura de una gran trucha, hace muchos años, en la boca del Chimehuín.

Hacía varios días que habíamos visto la trucha (ésa trucha).
Comenzando Semana Santa, un grupo de pescadores integrado por el Bebe Anchorena, Pepe García, Ruben Pelletieri y yo, nos encontramos mirando las truchas desde el camino que pasa arriba de la curva (en la zona del “Tronco” Boca de Chimehuín). Estábamos mirando una hermosa marrón hembra, instalada muy cómoda detrás de la roca grande, adonde se apoya el tronco en el medio del río.

Todos coincidimos en que debía pesar unos diez kilos.
El Bebe no parecía estar satisfecho, y mientras seguía escudriñando el río comentó que él estaba seguro que había otra de mayor tamaño, que había visto hacía unos días, y que tenía que estar. Recuerdo que dijo; “Debe estar en la sombra de esa misma roca, por eso no la vemos, pero quizá salga”.
Como era realmente un placer mirar esa gran trucha marrón, que no estaba a más de un metro y medio de profundidad, no nos costaba ningún esfuerzo estar allí todo el tiempo que fuera necesario.

En eso estábamos, cuando vimos con sorpresa que, desde el lugar que Anchorena había señalado, salió un inmenso macho marrón, que muy despacio dio la vuelta y se colocó al otro lado de la primera. Era una trucha tan grande que veíamos asomar su enorme cola y cabeza por delante y por detrás de la hembra. Estuvimos de acuerdo en que su peso debía ser entre catorce y quince kilos. Después de un momento esta gran trucha se fue río abajo unos 40 metros, hasta la pileta de “Marcoveski” (conocida también como Marcovequio), allí se quedó unos pocos segundos, y comenzó a moverse río arriba muy lentamente, acercándose por detrás a otra trucha de unos cinco kilos, que estaba tranquila en su hábitat, a unos dos metros de profundidad. Se acercaba tan lentamente que parecía que no se movía. Sin embargo, cuando estaba como un metro detrás de esta trucha más chica, esta se desplazó rápidamente mientras la gran trucha tomaba decididamente su lugar.

Yo creo recordar que no alcanzó a estar más que unos momentos y entonces se movió hacia delante, mientras comentábamos que solo lo hizo para molestar. Extrañamente, pasó al lado de la gran trucha hembra sin detenerse, y desapareció detrás de la sombra de la roca, en e! mismo lugar de donde había salido.
Este hermoso e inolvidable espectáculo quizá duró menos de un minuto, pero a mí al menos me enseñó mucho. ¡Cómo me arrepiento de haber perdido tantas oportunidades de disfrutar y de aprender, cuando empujado por mi juventud, solo tenía tiempo “para pescar!”. Pero sigamos con la anécdota.
Esa tarde de Viernes Santo de 1984 no pesqué, pero tenía en la mente esas dos truchas. Mientas conducía hacia Junin, mi cabeza repasaba las coordenadas de la ribera, y trataba de recordar cómo se movían las corrientes en la superficie. Me preguntaba; ¿Qué mosca debería usar, y qué línea debo poner, y adónde debo lanzar si quiero que la mosca pase apenas por encima de la roca? Otra incógnita que me preocupaba y que no resolví hasta un momento antes de entrar al río, fue qué medida de tippet usar.
Sólo estaba seguro de una cosa, esas truchas estaban “pescables”, y yo querían y podía hacerla.

Ya en Junín de los Andes, en el hotel de la “Turca René”, sentado frente al viejo fogón encendido (ese donde el viejo Nallib asaba sus propios churrascos, ¡sin importarle los turistas que colmaban el restaurante!), repasé todo mi equipo, y preparé una línea WF-8-F/S-Wet Head, de hundimiento moderado (Fast II). Fabriqué un líder de un metro y medio, sin colocarle tippet, lo que dejé para hacer cuando supiera cual. La caña no me dejaba dudas, ya que en ese lugar las variables que me importaban solo dependían de! viento, y por más fuerte que fuera el clásico desde el Oeste (el Puelche no me molesta), cuando mucho pescaría con roll, y para eso ¿Qué mejor que la River Master?
Así las cosas, me acosté temprano. Salimos del hotel con Manolo Enríquez antes del amanecer. Con Manolo nos une una gran amistad, fundada en muchos años de trato respetuoso, a través de tantas excursiones de pesca.
Llegamos a La Boca y comenzamos los preparativos. Apenas unos minutos después, llegaron Roberto y Aníbal Saconi.
La razón de llegar a ese lugar temprano, es entrar antes al lago, y como nosotros llegamos primero, yo imaginaba que llegaría el momento que Roberto diría; “Chiche, dale que ya amaneció”. Mientras armaba la caña, pensaba cómo hacer para que Roberto y Aníbal vayan hacia el lago sin sentirse “empujados”, mientras yo le tiro a las truchas en el pozón del Tronco?

Manolo ya había decidido pescar en el Pozo Hondo (o “De los Tontos”), en el que habíamos visto muchas truchas. Con calma, dejé la línea estirándose entre dos arbustos, mientras le pasaba un paño con flotalíneas en la parte de flote. Mastiqué muy bien y durante un buen rato a mi mosca preferida, elegida en el hotel después de mucho rato de hacerle “tratamiento de belleza” con la tijera, y afilarle el anzuelo “hasta que se clave en la uña”, según decía el recordado “Mono” Villa.
Por fin recogí la línea, y tuve qué decidir que tippet colocar. Normalmente, entrando al lago hubiera colocado Máxima 0,30 mm, pero como había descubierto que este hilo estaba fuera de medida, ya que en realidad algunos carreteles medían hasta 0.36 mm, decidí utilizar DaiRiki 0.28 mm (OX – 14 Lbs. test). Amarré la mosca Chimehuín Nº 2, atada para mí por el mismo Pepe Delgado, ya que las utilizo con muy poco material (muy poco vestidas, diría Pepe). En eso se acerca Roberto y me dice “Chiche dale que ya amaneció, nosotros te seguimos, mira que se acaba la temporada”.

-Sí -respondí-, tienes razón, pero ¿sabes qué?; hay un poco de viento y no deseo ir al Iago hoy, nos vamos a quedar con Manolo pescando por aquí. “¿En serio Chiche?, mirá que te tomo la palabra”
-Dale tranquilo -respondí agregando con sincero deseo- y ¡ojalá tengas suerte!.

Yo pienso que Roberto creyó que lo hice desinteresadamente, que fue una gentileza. Pero no Roberto, había un interés oculto. Muchas veces desde aquel momento he pensado en ello, y ¿me crees si te digo que lo siento?

Entré unos tres metros aguas abajo de la piedra denominada “El tranvía”, y comencé a pescar. Recuerdo que iba a hacer el tercer lance, cuando me di cuenta que los nervios me jugaban mal, y ya estaba pasado de la posición correcta para las truchas que me importaban. Con un apuro innecesario me había desplazado aguas abajo algunos metros de más.
Con la línea en la mano, salí un poco hacia fuera y retorné a la posición inicial. Reinicié la pesca, pero tirando más corto y más a mi derecha, yo diría que la mosca cayó unos diez metros aguas arriba de la supuesta posición de la trucha marrón. Corregía la línea apenas unos segundos después que la mosca tocó el agua, cuando veo un enorme borbollón y sentí un fuerte tirón. Se me hizo un nudo en la garganta. Sabía que era una de las grandes. De allí en adelante, solo puedo agregar que una trucha como esa sale si uno tiene mucha, mucha suerte, ya que poco es lo que puede hacer un pescador ante un pez de ese tamaño.

Pasó muchas veces por la zona del tronco y por las rocas de Marcoveski avanzaba río arriba y pasaba por el otro lado de “El Tranvía”, en fin, mientras yo lo poco que aporté, fue salir del agua y estirarme lo más que mi humanidad me permite (que no es mucho por cierto), levantando la caña lo más alto que podía, para mantener la trucha por encima de las rocas.

Recuerdo la mezcla de impresión y satisfacción que recibí cuando en una de las pasadas río arriba, vi su cola y pude apreciar la distancia que había hasta el líder, ¡qué Trucha!’

Así, después de no sé cuanto tiempo, se dejó traer a la arena de la orilla del pozón del “Picnic”.

Nunca tuve intención de devolverla, y mis pocos remordimientos se disiparon cuando Alejandro del Valle, biólogo de la provincia, después de observarla comentó que tendría unos trece años, y que al menos hacía dos años que había perdido la capacidad de desovar. También dijo que con sus ovarios completos, habría pesado bastante más de 11 kilos. De cualquier manera, la trucha estaba tan cansada (quizá muriendo), que cuando la pude arrimar se dejó traer fácil. No creo que hubiera podido hacerla reaccionar.

Con la presa ya en la costa fui a buscar a Manolo que estaba pescando el “Pozo Hondo”. Recuerdo que cuando le pregunté si tenía una buena balanza, no dijo nada, solo me miró, dejó la caña en el suele y me abrazó mientras preguntaba ¿La pescaste?

Pesó 9,600 kg. en una de las balanzas, y 9,800 en otra. Más tarde llegaría Anchorena, y en la de él pesó 9,400 kilos. Al mediodía en el pueblo, en una balanza comercial pese 9,400 también, por lo que quedamos que un peso razanable en el momento de sacarla del agua, fue de 9,601 kilos.

Este ha sido el mejor recuerdo de mi vida de pescador.

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