Un Pacú con mosca en el Iberá

Por Armando Pedoja

Vamos a retroceder unos 25 años cuando Iberá era una palabra mágica, distante, esotérica -donde sólo se accedía con baque anos y canoas impulsadas a botador- donde todo parecía misterioso y oculto.
Todo comenzó cuando tres pescadores” de carnada”- perdón por el pecado original- cansados del Paraná Miní (afluente del río Corrientes a la altura de Paso Santa Rosa entre Esquina y Gaya) decidieron seguir viaje hasta Puerto Bermejo. El fuerte viento en la ruta hizo volar uno de los remos de la lancha y terminamos en una carpintería de Gaya.

Carpintero: -Dónde van muchachos?
Equipo: -A pescar a Formosa.
Carpintero: -Porqué no van al Iberá?
Equipo: -Qué? – Víboras, embalsados, extravío, riesgos, malandras, fantasmas…. etc.
Carpintero: -Vayan a Chavarría, vean al Dr. Pérez Sánchez y él les va a indicar…
dubitativos sobre el futuro incierto hasta que llegamos a un caserío pequeño y prolijo llamado Chavarría. Fue fácil encontrar el diminuto hospital y al Señor de cuerpos y almas de la zona; Alejandro Pérez Sánchez.
Debidamente instruidos sobre como llegar al Paso Capitán Miní donde acamparíamos en pleno Estero y luego de llenar tanques (con bomba de mano desde tambores) nos encaminamos hacia el Río Corrientes, desagüe de! Ibera distante 11 Km. del pueblo. Con la lancha en el agua el grupo se dividió, el acuanauta se encomendó a las Sílfide s y a Neptuno y partió con rumbo desconocido hacia el Norte. Los otros dos con toda la parafemalia de acampe salieron por tierra hacia la estancia Santo Domingo donde un carro con cinco caballos los llevaría al Paso atravesando una legua de bañado. Al lugar se lo llama Paso porque allí cruzaban el Corrientes las tropas de hacienda antes de existir la ruta Goya/Mercedes. Una ranchada grande y precaria regenteada por la Pasera, Doña Aurelia, 3ª.generación de Paseros, proveía la canoa para cruzar las pilchas mientras que arrieros y animales lo hacían con su vestimenta natural.

Capitán Miní es una lengua de tierra alta de un kilómetro de largo por sesenta metros de ancho bordeada por cinco kilómetros de bañado en una margen y por el Corrientes en la orilla opuesta. Un gran bosque de lapachos y timbós, bajo el cual crecen los jazmines del Paraguay, provee de sombra y abrigo; las ovejas de Doña Aurelia se encargan de mantener el césped. Es el único lugar de tierra firme en más de 100 km. de río y el rosa de los lapachos en flor se divisa desde lejos.
El río nace en la laguna Itatí Rincón e insume dos horas de navegación rápida para llegar hasta donde el Corrientes pierde su cauce en un enorme madrejón. Se navega aguas arriba marcando con banderitas de plástico lugares clave para orientación. El estero no está estancado en esta zona, el agua clarísima se mueve de continuo. Nutrias, carpinchos, comadrejas, vizcachas y toda clase de aves habitan este paraíso incluyendo algunas yararás solo faltaría Eva para completado. Volvimos otras trece veces al Iberá pasando un promedio de una semana cada vez, y le fuimos tomando la mano hasta llegar a Itatí Rincón. Y durante ese tiempo dejamos “fierros” y carnadas de lado y aprendimos a usar la mosca.

El ámbito es ideal por la claridad del agua, por las correderas formadas por las curvas del río, por los albardones interrumpidos por desbordes y por la abundancia de forrajeros. Sábalos, bogas, palometas mora y dorados son las especies predominantes; también se ven rayas y algún surubí en los banquitos de arena.
y en uno de los viajes cuando llevábamos once días de campamento con las vituallas ya bastante escasas se produjo el pique que da origen a este cuento. Yo pescaba desde la lancha y mi compañero lo hacía caminando por el albardón. El pique de dorados era bueno pero había que cambiar de lugar con frecuencia.

Con las plumas de un pato crestón y otras de garza mora (proteínas para Doña Aurelia) atamos unas moscas “telúricas” para repoblar la maltrecha caja. Hago el último tiro para recoger la línea y cambiar de lugar cuando algo tomó la mosca y empezó a correr río abajo drenando backing hasta casi el fondo del carrete. Allí paró en un remanso a cien metros de la lancha. Solté el ancla y me dejé caer con la corriente cobrando línea mientras pensaba ¡Qué c ….o es esto? Y mi compañero corría por el albardón a los gritos.
Despacito fui arrimando el pez hasta que vi una tremenda torta azulada cabeceando en el agua clara.
Silviooo … ! Pacúuuu … !! hoy comemos…… La balanza de 15 libras quedó corta; a ojos de pescador calculamos unos 9 kilos de prótidos para la parrilla. Aún conservo la Mosca Telúrica como recuerdo de una emoción imborrable.
Nunca más sacamos otro pacú con mosca en el estero y sólo otros dos, con carnada, en los primeros viajes. Quizá éste haya sido un regalo del Iberá para quienes lo aman y lo respetan.
Saludos.

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