Tucunaré

Tesoro de la selva virgen

por Marcelo Morales

AMAZONIA REPRESENTA LA ULTIMA FRONTERA DE LA HUMANIDAD, UNA NATURALEZA INTOCADA QUE LOS NATIVOS DEFINEN COMO LA TIERRA DE TODOS LOS ANIMALES Y LAS AGUAS DE TODOS LOS PECES. PARA LOS PESCADORES DE MOSCA ES UN SUEÑO HECHO REALIDAD DONDE SE MEZCLAN FUERTES EMOCIONES CON LA SEGURIDAD DE ENFRENTAR A UNO DE LOS MAS VIOLENTOS PECES DE AGUA DULCE.

Pescar tucunarés con mosca crea la misma adicción que una droga. Quién haya experimentado esta pesca soñara con estos magníficos peces permanentemente, solo encontrando remedio a la adicción que producen en la floresta amazónica, donde la naturaleza pareciera haber agotado hasta el último de sus recursos mostrando ante los atónitos ojos del pescador una explosión de vida y formas incalculable.

El tucunaré es el rey de los peces amazónicos y defiende con fiereza su reino destruyendo en un abrir y cerrar de ojos los equipos del pescador más experimentado, mostrando una potencia y velocidad desmesuradas si tenemos en cuenta su tamaño.

Hace años que junto a un grupo de amigos inseparables nos perdemos en la selva en busca de estos gladiadores verdes. Cada viaje es una caja de sorpresas acerca del comportamiento del tucunaré quien lentamente nos va mostrando sus secretos y preferencias.

En esta oportunidad no hubo tiempo para las dudas, nuestro operador amazónico incendió nuestras vidas informándonos a través de un escueto mail, que un grupo había cancelado dejando libre una semana en el exótico río Matupiri. afluente del poderoso río Madeira profundamente enclavado en la selva amazónica y solo accesible mediante hidroavión.

Los seis lugares disponibles desaparecieron como una voluta de humo en el viento, quedando unos cuantos indecisos afuera de lo que sería la pesca de nuestra vida.

Los que ya nos habíamos enfrentado con los tucunarés rápidamente informamos al resto de cada detalle de esta pesca. No se puede improvisar con estos peces pues a la velocidad del pensamiento pueden dejarnos con todo el equipo hecho pedazos a miles de kilómetros del negocio de pesca más cercano.

Llegar a Manaos, la populosa capital de la amazonia hoy no ofrece ninguna dificultad, pero de todos modos respiramos con alivio al ver que nuestras cañas aparecían en buena forma junto con los equipajes.

Llegamos a Manaos de noche, sin tiempo para recorrer este interesante lugar, corazón del comercio en amazonia. Manaos todavía conserva muchas cosas de la época de oro del caucho, coloniales edificios y buenos museos de fauna amazónica, todo sumergido en un bullicioso y colorido mar de gente que nos ilustra sobre todas las formas de vida de esta parte del planeta.

Hay muchos atractivos en Manaos y los alrededores, incluso un lujoso hotel cuyas habitaciones están en las copas de los árboles donde el visitante convive con todos los animales que pueblan las alturas, una idea que surgió en la mente de un amante de la selva amazónica que cristalizó en un logro de fama mundial.

Tempranísimo por la mañana, creo que eran las seis,  nos pasaron a buscar para llevarnos al aeropuerto local.

Las directivas recibidas habían sido muy claras, quince kilos de equipaje como máximo para volar en el hidroavión que nos llevaría directamente al corazón del Matupiri.

Quince kilos no es nada por esto los días anteriores al viaje los pasamos poniendo y sacando cosas en los bolsos sin saber que sacrificar.

Finalmente logramos respetar el peso pasando el control en Manaos, con un poco de ayuda ya que misteriosamente mi equipaje pesaba unos kilos extra.

Como era el fotógrafo de la expedición me autorizaron un poco de exceso que usé hasta el último gramo.

La vista del Cessna Caravan en la pista, con sus reluciente pontones e impecable silueta nos asombró a todos.

Siendo un aventurero incurable, me he subido a verdaderas chatarras voladoras que afortunadamente se mantuvieron en vuelo por obra y gracia del patrono de los pescadores.

El hidroavión que teníamos delante lucía completamente nuevo, sin una mancha de aceite, ni alambres misteriosos sosteniendo sus partes.

Nuestros equipajes desaparecieron dentro de los pontones mientras acomodábamos el cuerpo en mullidos asientos de cuero gris.

Piloto y copiloto rápidamente pusieron en marcha el motor y casi sin pensarlo estábamos rumbo a un río largamente soñado.

Volando a baja altitud el grupo por primera vez pudo ver perfectamente el nacimiento del río Amazonas al juntarse el río Negro con el río Solimoes.

Dejando atrás la confluencia de estos majestuosos ríos, volamos sobre la ruta de tierra colorada transamazónica y nos adentramos sobre una floresta infinita salpicada cada tanto por los colores de árboles de lapacho en flor, cubiertos completamente con sus flores amarillas o rosas según el ejemplar.

Solo la serpenteante y plateada cinta de algunos ríos y arroyos interrumpe la alfombra verde de la selva donde no hay caminos ni poblaciones aparentes, por lo menos ante la vista del inexperto.

Tras hora y media de vuelo totalmente tranquilo sobrevolamos por primera vez el Matupiri, nuestro hogar por la siguiente semana.

El Cessna como si conociera el camino inclinó suavemente una de sus alas describiendo una curva suave y precisa que terminó con los pontones deslizándose por el agua sin que nadie lo hubiera notado, gracias a la pericia de un piloto acostumbrado a las tormentas tropicales.

Los botes del campamento flotante se acercaron ni bien la hélice se detuvo descargando provisiones y equipo mientras el grupo se llenaba los ojos con un Matupiri que lucía muy prometedor.

El campamento recién había se había instalado en el Matupiri, antes habían estado en el río Marmelos.

íbamos a ser los primeros en pescar esa temporada en el Matupiri y esto con los tucunarés que gozan de una prodigiosa memoria es fundamental.

El campamento es una maravilla flotante con todas las comodidades posibles, en un sitio tan remoto donde todo llega por avión o tras muchas horas de navegación en barcos de poco calado.  Estábamos solos en el medio de la selva, con una aldea india a decenas de kilómetros como compañeros más cercanos.

El campamento dispone de casas flotantes para dos personas con dos camas mesas, baño, ventiladores y luz permanente.  Un comedor flotante de enormes dimensiones ofrece el clima ideal para los desayunos y la cena luego de un día de batalla.

El clima es caluroso pero no en exceso. Como si fuera un desierto, la temperatura en la selva baja por las noches hasta unos agradables 20 grados, facilitando un sueño reparador.

Ocupamos rápidamente tres de las casas flotantes y preparamos el equipo para el primer día de pesca, recién eran las ocho de la mañana y ya teníamos los dedos sobre el corcho de las cañas.

Los guías estaban como chicos, les gusta pescar y tienen una sana competencia entre ellos para hacer picar la mayor cantidad de tucunarés posibles.

En un viaje anterior al río Uniní habíamos cometido todos los errores posibles al pescar tucunarés, olvidando el uso de líneas de hundimiento, empleando durante horas elementos de flote sin los resultados esperados. Esta vez cada línea que se ha escrito sobre estos peces la habíamos leído mil veces y estábamos bien preparados.

Ocho y media de la mañana y ya estábamos navegando a todo motor. Dos pescadores por bote, algunos río arriba y otros río abajo.

El agua del Matupiri no estaba en su nivel más bajo pero por suerte ya no inundaba la selva manteniendo a los tucunarés en el río madre.

Los guías pusieron mala cara cuando armamos los equipos de mosca, están acostumbrados a pescar con bait casting, pero su desconfianza desapareció al ver los que podían hacer nuestras líneas de hundimiento rápido y los epoxi minows que había diseñado personalmente para este viaje.

Los piques entre los palos no se hicieron esperar y los minows desaparecían en medio de una erupción de agua del tamaño de una bañera.

El pique de un tucunaré grande es de una violencia inusitada. No da tiempo a nada y antes deque logremos pensar en algo el pescado  ya corre directo a los troncos a la velocidad del rayo.

La única opción es que el equipo aguante la embestida sin ceder mucha línea en  el intento de frenarlo antes de que nos gane en algún tronco o raíz.

Pronto nos dimos cuenta que leaders de 15 y 20 libras  duraban menos que un 7x con una marrón del Chimehuin y las moscas iban desapareciendo  dejándonos con miedo a lanzar nuevamente.

En la selva no hay delicadezas, la pesca es una lucha para ver quien es más fuerte, es uno de los pocos lugares donde varias veces a lo largo del día los peces nos ganan por mucho.

Los tucunarés grandes no tomaban los poppers demasiado bien, sencillamente no podíamos moverlos a la velocidad que les gusta, que es muy pero muy rápido.

Los grandes streamers de color claro son los bocados favoritos funcionando muy bien imitaciones del forraje amazónico muy transparentes hechos con livianos tubos de mylar y epoxi  junto a grandes Deceivers fabricados con los saddles más grandes que podamos encontrar. Un tucunaré es capaz de atacar peces casi de su tamaño y raramente presta atención a bocados menores. Hay que usar moscas grandes si queremos tentar a los más brutos.

El calor elimina cualquier línea que no esté preparada para el trópico,  tornando líneas comunes un una especie de chicle imposible de lanzar.

Los primeros pasos con los streamers asombraron a los guías, en algunas puntas de piedra logramos hasta cuarenta peces seguidos sin cambiar de lugar.

Los leaders convencionales pronto fueron reemplazados por un metro y medio de nylon de 50 libras que hacía a la vez de shock tippet, un leader peligroso para la caña pero única opción para frenar a los grandes.

El pique de un tucunaré superior a los cinco kilos es algo serio, si no bajamos la caña de inmediato sencillamente ante la violentísima reacción del tucunaré, la misma termina hecha pedazos como pude comprobar la primera tarde cuando mi noble caña número nueve se convirtió en polvo al tratar de frenar una bestia.

Con varias bajas entre las cañas ya en el primer día cambiamos la estrategia al momento de tener un pique. Levantar la caña con leaders tan resistentes es un pasaje seguro al departamento de garantías de las fábricas. Lo mejor es mantener la caña baja, apuntando al pescado y asegurar el anzuelo con la mano, controlando la primer escapada del tucunaré con la mano izquierda como podamos, pasando la lucha al reel lo antes posible, Y por sobre todo la caña siempre baja ya que con el freno al máximo para evitar que lleguen a los troncos, levantar la caña demasiado la envía directamente al cementerio.

Las sombras llegan presurosas en la selva, los animales diurnos corren presurosos a sus escondites y los alegres sonidos del día son reemplazados por los característicos de los moradores nocturnos.

Las cinco de la tarde marcan el final del día de pesca, y un buen momento para relajar los atormentados músculos charlando sobre la intensa pesca del día que casi no dio tiempo para respirar.

Sin darnos cuenta nos habíamos alejado bastante del campamento madre pero el río es amigable y volver aún de noche no representa ningún peligro.

En los ríos amazónicos no hay prácticamente mosquitos, jejenes u otros insectos picadores. Las aguas tienen un PH demasiado ácido para que estos insectos puedan reproducirse en la época de bajante, solo lo hacen cuando las lluvias llenan de agua dulce los tallos de las bromeliáceas que crecen en las alturas de los árboles.

La falta de insectos picadores es una bendición que nos permite disfrutar de la selva y sus criaturas en total plenitud sin las picaduras desesperantes de otras selvas.

Un baño reparador y directo al comedor a comentar las aventuras del día. Éramos seis hablando al mismo tiempo tratando de transmitir todo lo que habíamos vivido. Con un promedio de setenta tucunarés por bote todos tenían mucho para contar, sobre todo como nos habían alivianado de equipo por lo que habíamos perdido o roto.

La comida del campamento es para sibaritas, pescados, carnes, aves y otros manjares llegaban sin parar  las mesas hasta que todos rogamos por un respiro. La piraña cortada en delicados trozos bien frita es un platillo para no perder.

La gente del campamento es como una familia y lo hacen sentir a uno como parte de esa familia. Tienen poco contacto con otras personas que no sean los grupos de pescadores y algunas veces pasan meses antes que vuelvan a Manaos o sus poblados de origen para volver a encontrarse con los suyos.

Nos quedamos hasta bien tarde charlando, tratando de absorber como esponjas todos los conocimientos de un río tan interesante, cosas que para la gente de la zona son cotidianas y para nosotros toda una experiencia nueva.

En la selva amanece muy temprano. Ya a las seis el sol asoma con ganas sobre las copas de los gigantes verdes que se elevan como torres a más de cincuenta metros sobre el suelo. El amanecer en los ríos selváticos presenta una densa niebla que le da al paisaje un aspecto irreal y misterioso. Entre la niebla aparecieron sonrientes nuestros guías, cada uno un personaje diferente con un nombre muy particular. Mucui, con sus abundantes kilos de más y eterna sonrisa. Pelado, uno de los más experimentados y competitivos, cuyo único fin era lograr el mayor número de tucunarés posibles y finalmente José, de muy pocas palabras pero afilado como una navaja para encontrar los grandes.

El segundo día de pescas encontró a un grupo preparado hasta los dientes. Habíamos refinado el equipo y la técnica por lo que enfrentábamos el nuevo día de pesca en mejor estado.

Por la noche el río había bajado unos veinte centímetros, algo normal en la época de bajante. Cuanto más bajara el río más de concentrarían los tucunarés en aguas muy buenas para pescarlos con mosca.

Cualquier afloramiento de piedras alberga tucunarés y cuanto más grandes y retorcidas sean las rocas mayores serán los tucunarés que viven en el lugar.

Cerca del campamento encontramos un recodo en forma de riñón donde todavía las aguas cubrían un grupo de árboles parecidos a un laurel. Las hojas mostraban claros signos de haber estado largo tiempo bajo el agua.

Pequeños claros entre las ramas eran como imanes para nuestras moscas  y los tucunarés las atacaban sin demora en medio de una erupción de agua blanca salpicada con los colores de guerra de los peces. Cada pique era seguido de una corrida incontrolable a las profundidades mientras nos quemábamos las manos tratando de frenar la línea antes que los pescados se enredaran en algún tronco hundido. Aún con el freno al máximo del reel los grandes ganaban la partida y optamos por enroscarnos la línea en la muñeca ni bien picaban, bajando la caña y pidiendo que el leader o la línea aguantaran la embestida. Varias líneas estallaron en el intento de frenar a los grandes pero muchos fueron desprendidos de los troncos hundidos por los mismos guías que no dudan un segundo en saltar por la borda, buceando a las profundidades para desprender un tucunaré de los buenos enganchado. La maniobra de los guías es sorprendente ya que desaparecen bajo las aguas de color té por largo rato hasta que logran liberar al pescado que se halla a cuatro o cinco metros de profundidad. A veces vuelven con el pescado bajo el brazo, evidentemente se sienten tan cómodos en el agua como los mismos delfines que nos acompañaron en todo momento.

Los tucunarés son peces muy inteligentes, miran directamente al pescador con sus grandes ojos rojos y raramente podemos tentarlos una segunda vez. Por esto el campamento va mudando su posición en el río cada dos días, los botes nunca pescan el mismo sitio dos veces.

La fauna amazónica suele ser muy crepuscular, prefiriendo las horas sin luz para iniciar sus correrías. Las aves sin embargo son compañeras constante durante el día sorprendiendo por su mansedumbre y sonidos. Enormes tucanes hacen sonar sus curiosos picos mientras rompen semillas a metros de los botes mientras papagayos y loros de los más variados colores cruzan de orilla a orilla parloteando alegremente, respondiendo a nuestros llamados.

Temprano por la mañana no es raro sorprender tapires cruzando el río o alguna piara de pecaríes nadando con todos los pequeños en medio mientras los adultos los protegen nadando afuera. Los yacarés se acercan  osadamente a los botes para ver si pueden robarse algún tucunaré enganchado, a veces hay que estar atento para no terminar con uno en la punta de la línea.

En dos oportunidades encontramos jaguares vigilando nuestros movimientos desde la orilla, protegidos en el claroscuro de la selva por el camuflaje de su piel.

Mirar directamente a los verdes ojos de un jaguar, desde muy cerca  mientras el penetrante olor del felino invade el aire es una sensación muy salvaje que nos transporta directamente al pasado cuando además de cazadores éramos presa.

Juguetones delfines rosados son compañeros constantes y hay que acostumbrarse a sus bufidos, sobre todo cuando lo hacen a nuestras espaldas. Estos delfines conocidos localmente como botos son feroces comedores de peces y no es raro ver un tucunaré literalmente tomar vuelo cuando los delfines acorralan un cardúmen. Normalmente la sardina de río es la presa preferida de los delfines que juegan largamente con ellas antes de comerlas.

La selva amazónica es magnífica y en cierto modo amigable, la poca presencia de insectos picadores permite disfrutar del río y sus orillas sin demasiados sufrimientos. Los árboles, lianas, epífitas, helechos y cientos de plantas se amalgaman de una manera elaborada y perfecta mostrando una variedad de tonos que asombra al viajero y le hace pensar que la naturaleza gastó allí todos sus recursos. El avión llegó muy temprano el día de la partida, otro grupo de pescadores llegaba y al abrirse las puertas del avión nos miraron interrogantes esperando algún signo alentador. Apuntamos todos los pulgares al cielo y les guiñamos un ojo viendo al instante como se les iluminaba la cara. Tenían algunas horas sufriendo “Tucunare Fever”y nuestra respuesta se convirtió en el mejor calmante, ahora todo dependía de ellos y su habilidad.

La despedida de nuestra nueva familia fue una despedida de amigos que esperan verse pronto, nos habían contagiado su amor por la selva y su cristalina sonrisa y tuvieron nuestra promesa de volver la siguiente temporada.

En estos momentos ya preparamos esa nueva salida, el tucunaré es una droga poderosa que una vez en nuestra sangre no tiene cura o al menos esperamos nunca la encuentren.

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