Los “Machos” primero

Por “Chucao”

Es bien sabido que una de las atracciones más importantes para el pescador con mosca que visita el río Limay, resulta ser la trucha marrón.
También lo es que el grueso de los pescadores asocia el final de la temporada como el momento más propicio para intentar su pesca.
Esto tiene una explicación bastante simple, por un lado entre fines de marzo y durante todo abril, el río generalmente presenta un bajo nivel de agua que facilita el accionar del pescador promedio, y por otro la cantidad de truchas marrones de buen tamaño toma masa crítica, aumentando considerablemente la probabilidad de obtención de algún ejemplar de esta especie, que en esa época se ven caracterizados por el color que les da su nombre.
Quienes frecuentamos este fantástico río, sabemos que estas truchas marrones se presentan en el río, con características diferentes según sea la época del año, así por ejemplo, algunas de ellas en recuperación post-desove y otras, adultas jóvenes, frecuentan la subida de las arco iris para el desove, al promediar la primavera, para alimentarse de los huevos de éstas.

Trucha marrón macho de fin de temporada

También sabemos que desde el principio de la temporada, algunos ejemplares, generalmente hembras, deambulan por el río, entrando y saliendo continuamente en el mismo, provenientes desde el lago y muy bien alimentadas, en este caso se las encuentra caracterizadas por su color predominantemente plateado.

La obtención con mosca de alguno de estos ejemplares, en este momento, es posible para quienes con buen conocimiento del río, sean capaces de poner una mosca a la distancia y profundidad adecuadas, lo que implica dominar muy bien el lanzamiento, aún con moscas muy lastradas y en cualquier condición climática.

Las comparaciones siempre son odiosas, pero es notable que estos ejemplares perfectamente alimentados, desenvolviéndose en un río con buen nivel de agua, aseguran una pelea bastante más dura que la que frecuentemente nos presentan las marrones coloreadas de fin de temporada, que en ese momento se encuentran en un río notablemente más dócil.

El cambio de coloración de fin de temporada nos muestra inequívocamente que las transformaciones relacionadas con la freza ya han comenzado y es muy probable que el ejemplar lleve un buen tiempo sin comer, gastando todas sus energías en las actividades propias que aseguran la perpetuidad de su especie, justificando de alguna forma la diferencia de comportamiento ya expresado y a lo que también se suma la diferente condición del río.
Dentro de este cuadro de situación, en el transcurso de la temporada hay un momento mágico, viéndolo desde el punto de vista del pescador con mosca, que constituye otra característica de la especie o por lo menos de los ejemplares de la especie que bajan este río.

Truchas marrones macho recién entradas al río.

Año tras año y de un día para otro, sin poder precisar el porqué, aparecen en el río legiones de machos con tamaños importantes, marcando de alguna manera el inicio de la entrada en el río de mayor cantidad de marrones.
Pero su característica principal y distintiva es la energía que ostentan, tanto por los lugares del río que eligen para ubicarse como por la brutal pelea que desarrollan para librarse del anzuelo, coronada por saltos tremendos, dando por tierra con el mito de que “las marrones no saltan”. A además, aparentemente desalojan del río a otras opciones de capturas importantes ya que durante unos pocos días, sólo se repiten capturas de machos plateados y muy saludables.

Constituyen verdaderas patotas, ya que por lo general, es frecuente tener varios piques en un mismo lugar, aún después de alborotar todo el sitio con la pelea producida por una captura previa.
Todo lo bueno siempre tiene un lado malo y así como aparecen repentinamente, también desaparecen de un día para otro, el momento es efímero.
Sin poder asociar cuál es el disparador de este comportamiento, temporada tras temporada, aguardo pacientemente, recorriendo el río con técnicas y equipos no acordes con las condiciones de la pesca del momento ni a los antecedentes de pesca de los días previos, como enajenado y en un trance difícil de explicar, recorro los apostaderos donde temporadas anteriores pude encontrarlos.

No siempre cuento con la complicidad del río y el clima, actores principales de esta búsqueda, en determinados momentos y con el presentimiento de que el fenómeno está ocurriendo, el río y el viento me impiden acceder a los lugares indicados, pero cualquier sacrificio vale la pena.

Cuando todo se conjuga y logro encontrarlos, el momento soñado por todo pescador ocurre, tres o cuatro capturas con algunas otras perdidas en sólo una tarde de pesca, en todos los casos nos enfrentamos con ejemplares machos, que partiendo desde aproximadamente unos 4 kg, nos aseguran tres o cuatro corridas imparables, alcanzando en algunas de ellas, sacar un rollo completo de amnesia y algunos metros de backing. Si las corridas no le alcanzaron para zafar, viene la empacada en el medio del río, resultan inamovibles aún con equipos pesados e intentos de subir o bajar el río, tirando hacia uno u otro costado, de no haber existido las corridas previas uno pensaría en algún desafortunado enganche.

Si todavía hemos aguantado la batería de intentos desarrollados por nuestro contrincante, viene lo mejor pero más peligroso para poder concretar la captura, empiezan los saltos y contorsiones sobre la superficie, esto es un indicio seguro de que nuestro contendiente empieza a aflojar pero también coincide con el momento en que se produce la mayoría de las pérdidas o cortes.
Estos machos recién entrados en un río exigente, mostrando un estado de salud y fortaleza extraordinario, capaces de desarrollar y sostener una lucha por extensos 30 minutos o más y copando todos los apostaderos del río, nos aseguran lo máximo en la pesca de truchas.

La búsqueda, a veces infructuosa, representa un desafío para todo pescador. Encontrarlas y vivir durante unos pocos días este momento soñado es el premio, muchas veces excesivo, pero terriblemente apreciado.

Cuando después de unos días de éxito, se repiten dos o tres salidas en las cuales las capturas no alcanzan el esplendor de días anteriores o comenzamos a obtener capturas con tamaños fluctuantes y número creciente de hembras, tenemos la certeza de que lo bueno terminó, quedando la esperanza de encontrarlos nuevamente la próxima temporada.
¿Por qué adoptan este comportamiento?, ¿A dónde van?, ¿Cómo se agrupan?, ¿Cuál es el disparador que los impulsa a entrar en el río?, ¿Por qué no los volvemos a encontrar hasta muy cerca del final de la temporada?, para mí son todas preguntas sin respuesta, sólo se me ocurren algunas vagas teorías sin sustento alguno.

Para quienes valoramos este tipo de pesca, las duras batallas que presentan nuestros contrincantes, las derrotas y frustraciones que nos infringen cuando se sueltan o nos cortan, sabemos que este momento es la perla de la temporada de pesca de este río.
Momento incierto y efímero pero digno de ser vivido.

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