Las arco-iris de los ríos Collón Cura y Chimehín


Las arco-iris de los ríos Collón Cura y Chimehuín

Creo que estamos llegando a pasos agigantados a una super abundancia de truchas en estos dos ríos, que se unen para echarse en el Limay formando así un gran habitat, al parecer muy favorable para los salmónidos con mejores aptitudes de rápida adaptación.
Hay aquí tal cantidad de arcoiris (la Salmo Shasta, que triunfa de todas las vicisitudes de la piscicultura) que uno puede pescar con cualquier clase de mosca artificial, bien o mal lanzada, en la seguridad de que cada “cast” significará una pimpante criatura de las aguas luciendo los multicolores y llamativos reflejos que dieron nombre a la especie.
Me decían hace poco los señores Harry Wesley Smith y Federico R. Bennett, grandes pescadores, entusiastas y expertos, que hace seis o siete años, no más, en sus mejores días de pesca en estos ríos, lograban sacar, como cosa extraordinaria, siete u ocho truchas, todas arriba de dos kilogramos, en excelente estado de gordura; y que para llegar a estos resultados tenían que recorrer grandes trechos. Hoy en día ocurre al revés: se obtiene más cantidad pero la calidad de las piezas es muy inferior.
Según parece, las truchas han llegado a una especie de standarización en lo que se refiere a tamaño: alcanzan los 1500 gramos y de ahí no pasan, siendo precario, también, su estado de gordura. Son verdaderas “truchas de carrera” o “galgas” para hacer una comparación más aproximada. No creo acertado atribuir este fenómeno de estabilización a la falta de alimentos: estos ríos dan albergue a innumerables cangrejos y caracoles, y las truchas siempre, en el momento de la captura, tienen sus estómagos bien repletos. La pérdida, pues, de “estatura” habrá que buscarla en otro orden de cosas y esta búsqueda la dejo en manos de nuestros técnicos piscicultores.
Para suerte de nosotros, los pescadores deportivos, el antiguo y ancestral espíritu de lucha de las Salmo Shasta no ha decaído de ningún modo: siempre son, prendidas del anzuelo, pequeños y bravíos gatos salvajes que saltan y pelean bien, como verdaderos guerreros de pura sangre. Quzá las mas pequeñas son las que revelan mas completo espíritu de lucha.

Se me ocurre pensar que puede tener influencia sobre las truchas el ambiente árido, pobre y sin vegetación, característicos de las regiones terrestres que recorren estos dos ríos. Y doy, a continuación, un ejemplo práctico en apoyo de mi teoría: el río Catan Lil es un afluente del Aluminé; corren ambos casi paralelamente con una cordillera que los separa y terminan por unirse en San Ignacio. Pues bien: las truchas que habitan estos dos ríos son de la misma especie. El río Catan Lil desde su nacimiento, recorre una zona árida, triste, sin vegetación y sus truchas poseen una característica especial: tienen la cabeza grande y el cuerpo largo y flaco. En cambio, en la cuenca del Aluminé hay una cantidad de lagos rodeados por inmensos bosques, ríos y arroyos que corren por entre bosques de araucarias, cipreses, ñires, robles y raulíes. Aquí, pues, la vegetación es exhuberante y hermosa; las truchas, en consonancia con el ambiente natural, son grandes, vivas y desconfiadas y peleadoras como las que más.
Pero apartémonos de esta cuestión subsidiaria y vayamos al fondo de la que nos interesa dilucidar en este momento, la principal y muy digna de ocupar la atención preferente de los que dirigen nuestra piscicultura en estas regiones atrayentes de la patria. Las arcoiris, debido sin duda a la facilidad de su propagación, aumentan en forma realmente alarmante para el resto de la población ictícola de la zona, cuya reproducción es más lenta y por lo tanto más aleatoria.

Citaré otro ejemplo: en el Aluminé, en el año 1937, pescábamos solamente truchas de arroyo “Brook Trout” (Salvelinus Fontinalis) o trucha moteada.
Durante la temporada 1938 y 1939 hicieron su aparición las primeras arcoiris, avanzadas, sin duda, del gran ejército que tanteaba una dispersión en vasta escala. Las puntas de lanza de esta invasión llegaron durante el mes de diciembre: venían subiendo por las aguas del Colluncurá y ya se podía sospechar que llevaban un neto espíritu de “conquista”, como se iba a ver después. En las siguientes temporadas la cantidad de arcoiris fue aumentando con rapidez y la conquista se realizó, como es de suponer, a costa de las “Brook”, antiguas dueñas pacíficas del lugar. Hasta hace poco todavía quedaban algunas truchas de arroyo, retrasadas en su retirada estratégica ante el avance del enemigo y permanecían en los riachos y arroyos, en prudente silencio. Pero hoy las arcoiris lo han invadido todo, han desplazado completamente a las de arroyo, las que terminaron por fijar su vivienda en los lagos de aguas tranquilas, más en consonancia, sin duda, con sus propios temperamentos.
Desde el punto de vista estrictamente deportivo la merma de las truchas “Brook” no significa un acontecimiento que mueva a lamentaciones: las truchas de arroyo están por debajo de las arcoiris, no luchan hasta el fin, como éstas, no saltan, carecen de esa acrobacia que apresura los latidos del corazón del pescador y, en resumen, son más tontas o, mejor dicho, mas apáticas en la defensa de sus vidas.

Lo que debemos lamentar y prever, si nos es posible, es que dicha invasión de arcoiris se realice con perjuicio de la vida de los salmones, nobles luchadores que dejan atrás a las “Salmo Shasta” en valores deportivos, difíciles de pescar y, por lo tanto, mucho más interesantes para nosotros, los pescadores deportivos. Entre un salmón, aunque “encerrado”, y una arcoiris, la elección no es dudosa. Si la trucha anima un río, el salmón lo ennoblece, le da categoría de aristocracia y lo convierte en un centro indiscutido de atracción mundial, a través de cualquier distancia, allí donde aliente un corazón deportivo.
En este querido y maravilloso territorio de Neuquén hay leguas y leguas de hermosos ríos de todos los tamaños, sinuosos, profundos, rápidos, tranquilos, de orillas difíciles y de costas fáciles, anchos, pequeños, en fin, su variedad es inmensa y múltiple. Y todos, sin excepción, en la actualidad, se hallan repletos de arcoiris, dominadoras y exclusivas, con ese carácter tan propio (y tan peligroso, por supuesto) de la raza que un día, hace miles de años, emprendió corajudamente la gran aventura desde Asia para aclimatarse en los ambientes del hemisferio norte de América e instalar un imperio tan inmenso como no lo soñó jamás el mas ambicioso de los conductores de los pueblos…

Tenemos, es cierto, ríos como el Traful, muy castigados. Pero pescar en el Colluncurá o en el Chimehuín deja ya de ser interesante: pican demasiado (esta lamentación solo la pueden comprender los muy deportistas…). Sin embargo fuerza es confesar que estos ríos tienen sus ventajas: son ríos para aprendizaje, pues hasta los más inexpertos nunca vuelven sin pescar algo.
Para terminar, creo que esta superabundancia de arcoiris, esta invasión sin control de ningún género, debiera ser estudiada por nuestros técnicos a fin de hallarle un remedio aparente. Una medida primaria sería la de no sembrar más arcoiris en ningún lago o río de esta región, dejando que la propagación de las Salmo Shasta se opere de modo natural. En cambio, toda la organización de nuestra piscicultura debiera aplicarse a la intensificación de las siembras de los salmones, el llamado “rey de los ríos”, el maravilloso personaje que, como dije más arriba, ennoblece un río y lo convierte en un centro deportivo de atracción mundial.

Ñé-Challvá

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