BOCA FEVER

Por Joaquín Roca Rivarola

Hemos extractado esta nota de un capítulo del libro de Joaquín Rocca Rivarola, “Caminos de la Intemperie”, en el que hace una semblanza de algunos de los más destacados pescadores que pasaron por nuestro sur y gestaron la fundación de nuestra Asociación, en 1974. Joaquín falleció en 1997, y debemos agradecer a Carmen, su mujer, la gentileza de permitimos reproducir texto y fotos. “Caminos de la Intemperie” se encuentra en la biblioteca de la Asociación.

Antes que nada, al comenzar este capítulo que tiene tantas cosas mías, debo aclarar que el título, obviamente, no me pertenece. Lo he tomado prestado del mejor mosquero de todos los tiempos, Joe Brooks, quien escribió un libro formidable en el que narra su paso por las aguas de Junín de los Andes.
No tuve el gran gusto de conocerlo por muy poquito, un año apenas, pero mucho me han hablado de él sus amigos argentinos, muchos norteamericanos con los cuales compartí charlas a la vera de los ríos neuquinos y todos, todos aquellos que, al decidirse por la mosca, empezaron también a dar y escuchar cosas de Brooks. Esta es la historia de todo eso.


José “Bebe” Anchorena – amigo y gran maestro de todos los pescadores que se cruzaron con él en alguna parte, a quienes ayudó a penetrar en el mundo de las grandes marrones, del doble haul y las skating spider, del loop y del revés, de las muddler y las blande, de pools y correderas-, junto a Jorge Donovan, llegó hace mucho a Junín de los Andes, por principios de los años cincuenta, para ser más exacto.

La pesca en Junín la habían descubierto unos pocos ingleses que llegaron, vaya a saber gracias a qué “dato”, al Hotel Lanín, propiedad del legendario José Julián, el Turco Julián, para más información … Luego aparecieron por allí dos cuchareros: Vallés y Sanmartino, padre del contemporáneo Raúl, gran amigo y excelente mosquero.

Vallés, famoso por sus jigs, instaló en Cuyo un criadero de truchas que abasteció a varias provincias. Antes, cuando el conservacionismo no se conocía, y se pescaba en invierno y en verano, Antonio Vallé s ahumó y saló en cantidades. iLos dos amigos pescaban de setiembre a mayo! Un poco después, había llegado allá el Dr. Cornelio Donovan, un eximio cirujano argentino, al cual su hijo Jorge siguió como pescador. Y el Bebe.
Detrás de ellos, con los años, se agregó una pléyade enorme de mosqueros, iniciados e incipientes, o ni siquiera eso. Con el tiempo fuimos un ejército de adictos los que llegamos a los pagos junineros, felices, contentos, sin saber que estábamos iniciando una etapa patológica de nuestra existencia, la cual termina con la vida misma, seguramente.
Así fue como, un día, ya “enfermos” desde hacía tiempo, se fueron a EE.UU., y allá, tras conocerlo a Brooks, decidieron invitarlo a venir a pescar a la Argentina. No vaya caminar por los detalles de todo esto, que sin duda está integrado, soldado y consustanciado con la historia misma de la pesca de salmónidos en la Argentina. Al decirlo de este modo, estoy tratando de ubicar esta pesca apasionante, calificada, en el verdadero lugar que debe tener, para que los argentinos invitemos al mundo a conocer, vivir, palpar, personal y vitalmente, esta razón fuerte para venir a la Argentina. Pero aquella visita de Brooks tal vez no había captado, ni estaba motivada, en esa acción de, si se quiere, promocionar el país.
El aprendizaje de muchísimas cosas nuevas, de estilos y artes, por parte del Bebe, del gran bagaje de sabiduría y experiencia que cargaba Brooks, la generosidad para enseñar lo que habían aprendido él y Jorge, convertidos así en maestros … ese conocimiento de técnicas con¬sumadas y de equipos necesarios cambió total y absolutamente la pesca con mosca en estas latitudes.

De ser una práctica casi misteriosa, suerte de leyenda inalcanzable, posible sólo para pequeñísimos grupos, pasó a ser, en algunos años, actividad de muchos y brillantes, excelentes pescadores y deportistas. Primero, convocando a muchos que comenzaron a llegar a Junín de los Andes para verlos, compartir y apasionarse con esta cuestión tan atractiva que es el fly cast. Para que esto sucediera intervinieron muchos factores. Como la aventura, pues no era otra cosa el llegarse a esos lugares por entonces. Eran tres días de viaje, con sólo la primera etapa de pavimento, y luego el ripio, el calor, la polvareda, la falta de todo, la precariedad.

Y allá … el taller del maravilloso Eulalio Mora para calmar los pesares de nuestros autos cansados … La Prensa, que llegaba una vez por semana a la Hostería de José y Elena … ¡Qué lindo era! No había teléfono … sólo unos telegramas que llegaban tarde, malo nunca … una botica … y una colosal y emocionada pasión por encontrarnos en las costas de! río donde no había casi alambres … Puesto Manteca… la Balsa… Piedra del Viento… el Manzano … la Marquesa …. el pool de Dolores … el Matadero … Bottanelli… los Alamos … la Confluencia … Larminat y sus maravillosas variantes de río… Puttkammer … Chacayal… itodo era nuestro! Luego, pasados ya unos cuántos años, vino aquella Asociación Argentina de Pesca con Mosca que fundamos con e! gran objetivo de agrupar, enseñar, compartir y divertimos, hace más de veinte años, un grupo de tipos que nos veníamos juntando en Palermo, para practicar el cast con mosca, en e! pasto, allá frente a Obras Sanitarias. El primero en esta iniciativa lógicamente, fue Eliseo Fernández. El me había convencido de que para pescar mejor en Junín de los Andes teníamos que practicar acá uno o dos meses antes de irnos al sur … iDespués terminamos yendo todos los domingos! A esta altura de la vida y de las cosas, no me interesa que algún desorejado salga a decir otra cosa. !Fuimos los primeros en estar allí! Seguramente saldrá alguno … Por eso les advierto su procedencia: un profesional. Nosotros no lo somos.
Después de esta digresión, volvamos a Brooks, que llegó al país y a la boca del Chimehuín. Allí sacó varias grandes, la mayor de siete kilos y medio. Esto, obviamente, lo “capturó” para siempre.

Joe Brooks y Bebe Anchorena tomando mate hace casi 30 años.

Era un enamorado de la boca del Chimehuín y de sus marrones, y afirmaba cada vez que podía que era una de las pescas con mosca más difíciles y atractivas del mundo, quizá la mejor. Provocó el asombro de todos con su estilo y eficacia, a punto tal que Donovan llego a decirle al Bebe, mientras lo miraban tirar esa honey blonde enorme que Joe utilizaba, “este tipo tira las moscas como nosotros tiramos la cuchara”.

Aparecía el doble haul en la Argentina…
En aquella primera visita al país, lo llevaron a pescar algunas veces a la boca del Quilquihue en sus comienzos, alla en el Lolog. Un lugar excelente cuando esta nublado, cuando hay “pesto”, porque en los días de sol todo es demasiado claro, muy “alcahuete” y las marrones se ponen dificilísimas. Sin embargo, Brooks aprovechó unos de ésos, con toda la oscuridad posible en un día, y sacó otra marrón de siete kilos.
Pescó treinta días con Jorge y con el Bebe, que pagaron de su bolsillo todos los gastos de Joe, y se dieron así el gustazo enorme de pescar al lado de ese monumento del arte de la mosca. Pero él quedó enloquecido con la Argentina. Con las truchas marrones de Junín de los Andes, con nuestra gente y con el mate con bombilla. Apenas regresó a los EE.UU., escribió su libro Boca Fever que sería con el tiempo, un famoso y excelente elemento promocional de nuestro país en el enorme mercado, de los pescadores con mosca estadounidenses, donde se venden unos 8.000.000 de licencias al año y, entre otras cosas, 2.000.000 de ejemplares por número de la gran revista de mosca Fly Fisherman.
Boca fever” quiere decir “fiebre de la boca”. En realidad, “boca” no se dice así en inglés, pero Joe lo utilizó como gancho refiriéndose a la boca del Chimehuín. Según él, cuando se saca una marrón de las de allá, el pescador queda con la boca temblado, castañeteandole los dientes, por la emoción y la energía demandadas por la pesca. El libro resultó un best-seller entre la gran familia de los pescadores con mosca americanos. ¿No podría alguien pensar en reimprimirlo? Con seguridad debe de haber ya casi dos generaciones que no pudieron leerlo, y están pescando o se van a iniciar en la mosca… Harían un buen negocio, y un gran aporte Joe Brooks inmortalizó así ese lugar paradisíaco. Pero hice una referencia no aclarada con respecto a Brooks y el mate. Tomaba mate todo el tiempo, y en mérito a ello el Bebe le mandó yerba hasta el día de la muerte de Joe, ocurrida al fin de los años setenta.

Unos años después de la primera visita, a Joe se le ocurrió volver, ahora por las suyas y con su señora. Hizo exhibiciones de mosca en la propia plaza de Junín de los Andes, donde asombró a todos poniendo la mosca, desde treinta metros, adentro de una lata de durazno s vacía. Pescó de lo lindo y de lo grande, fue agasajado y querido por todos, porque era un tipo macanudo, querible y abierto y, cuando se iba, le pidió la cuenta a José Julián en la Hostería. “Usted, aquí, no paga”, le contestó el Turco. Me han contado que Brooks lloraba ante el gesto de don José. Aquel viejo genial, despierto como pocos y generosos en sus gestos y procederes, con lógica inteligencia, agradeció así la propaganda que Joe, con su libro y sus conferencias, le había hecho gratis en EE.UU. No lo conocí a Joe Brooks, por un año, como dije. ¡Qué lástima grande! Por eso, en su homenaje, titulé así este capítulo. Y también por otra razón. Padezco de dicha fiebre, felizmente, repetida muchas veces en la boca del río Chimehuín.
Vaya contar pues sobre algunas de mis truchas sacadas allí, y las de otros amigos, que son muchos y excelentes pescadores. Pues en ese lugar no sólo se pescaban marrones como en ninguna otra parte, sino que se aprendía todo el día, porque allí iban los mejores. Y en cada viaje se aprendía algo más. Cuando empezamos a ir allá, nada sabíamos del doble haul, movimiento fundamental para el buen lanzamiento de la mosca, o mejor dicho, un conjunto de movimientos que hechos con armonía, permiten hacer las cosas bien.

Eliseo Fernández con una trucha marrón de 9.400kg
pescando en la Boca del Chimehuin.

Eliseo Fernández, a quien merecidamente tanto menciono no sólo en este libro, sino en todo lo que escribo y en todo lo que digo cuando me toca hablar sobre los temas de la pesca, y sin duda el responsable intelectual de que un día de 1962 haya llegado yo por primera vez a Junín de los Andes con el único y expreso fin de pescar truchas, no era partidario de que fuéramos por entonces a pescar a la Boca, pues decía que eso sólo estaba reservado para los muy sabios. Esos muy sabios eran el Bebe Anchorena, Charles Radziwill y Jorge Donovan, fundamentalmente, y algunos otros que eran, que son, parte misma del lugar. Esa es la razón por la cual nuestros primeros tramos de sur, en realidad, fueron largas y agotadoras caminatas por el río, metidos hasta la cintura en las aguas cristalinas del Chimehuín y del Malleo, desde la mañana hasta la noche. Gracias a esa decisión inteligente del Gallego, caminé todo el Chimehuín, reiteradamente, desde Las Viudas hasta el Chacayal. Es que Elíseo era un caminador notable que nunca se cansaba. Y como yo por entonces no pesaba ochenta kilos y estaba en un estado bastante aceptable, puedo asegurar que esas caminatas eran formidables. Y la pesca … ¡digna de ellas! La Piedra del Viento … la Balsa Vieja … la Herradura … Puesto Manteca la Usina y todas sus correderas y pozones el Cuartel… el Basural… Lady – s Pool… detrás de la Hostería … el Camping… el Pozón del Cura… el Matadero … Bottanelli … Piedras Blancas … Confluencia … Los Alamos … las correderas de Mendaña … el Manzano … Manzano abajo .. el Pool de Dolores… la Confluencia del Quilquihue … Puente Negro la Costa Turca … todo Larminat… Puttkammer Chacayal y sus mil tranqueras … y los soberbios pozones llegando a Collón Curá.

Joaquín Rocca Rivarola con una sea trout de 6.500kg en Río Grande.


Esa fue mi maravillosa escuela de pesca con mosca, con el Gran Maestro enseñando, que ya forma parte de las leyendas auténticas de la pesca con mosca en Argentina. Caminábamos por el río en medio de la corriente, casi codo a codo y tirando siempre la mosca cada uno a su costa. A veces, muchas veces, tuvimos dos truchas a la vez, peleando. Entonces, qué curioso, no dábamos a esa práctica el nombre de ahora: catch and release… Sin embargo le decíamos, vuelta al agua… qué extraño, ¿no? Devolvíamos casi todo, o todo, y sacábamos muchísimos. A veces, más de veinte piezas por día de pesca cada uno. Pero atención, contando nada más que las que andaban rondando el kilo para arriba.
También curiosamente puedo asegurar que el kilo de entonces, era dos o tres veces más grande que el kilo de ahora …
Aquellas pesquerías, con un sándwich y una manzana en algún bolsillo del chaleco, comenzaban a la mañana y terminaban con la caída del sol. Por ejemplo, para ir del Matadero al Manzano había que empezar a la mañana, dejar un auto en el Manzano, volver, y empezar a pescar el Matadero.
Eliseo era una verdadera máquina pescando. Encontraba los lugares donde estaban las truchas como si éstas lo estuvieran esperando. y los describía, con sentido de docencia: aquella piedra negra de enfrente … ese chorrillo que sale después del tronco semihundido … abajo del sauce, en la sombra … buscá la línea de espuma … ahí, en la cabeza del pozón grande … poné la mosca allá arriba de esa piedra y cuando salga … pafff! … entonces venía la toma fuerte, enérgica, de “la marroncita”, como solía llamarlas a las de dos kilos verdaderos y ciertos …
Sí… evidentemente, sin duda, aquellas cátedras magistrales en esas jornadas estupendas del río de Junín de los Andes, fueron también el generoso placer de tener a nuestra disposición un río notable, sin ver a casi nadie en todo el día, con una cantidad y una calidad de truchas extraordinaria, no existente en ninguna otra parte del mundo. Porque la zona era aún poco visitada; porque por entonces la presión de pesca local era casi nula; porque ese río de montaña tiene una oxigenación increíble; porque las posibilidades de contaminación, salvo en la zona de los cuarteles, era cero; porque la alimentación natural era considerable, proveniente de multitudes de cangrejos, de pancoras, de todos los insectos posibles, de todo tipo, forma y color; porque su cantera proveedora era nada más y nada menos que el Huechulafquen aguas arriba, y el Limay y el Collón Curá desde aguas abajo; por la temperatura ideal del agua; por la inmensa cantidad de accidentes ideales en costas y cauce; porque Junín de los Andes tenía 800 habitantes y ahora tiene más de 12.000; porque … ¿hace falta decir más?
Por todo eso, los años que no fuimos a la Boca, no fueron para nada en vano. Nos ayudaron asimismo a poder ir al río, ahora que los años han ido quitando elasticidad y movimiento a las coyunturas y fuerza a los músculos y agregando adiposidad a la cintura, no a caminarlo con aquella persistencia, pasión y energía, sino caminando menos y sacando lo suficiente para ser felices. ¡Joder!

Pero en una temporada, nunca sabré por qué, ni cómo se elaboró la decisión. Debe de haber sido en el 65 o 66. Dijimos … A la Boca
Esta llegada a la Boca estuvo lógicamente precedida por un montón de veces que me llegué hasta allí, como quien no quiere la cosa, para mirar … Me enloquecía mirándolo al Bebe en la curva, allí donde no hay posibilidad de equivocarse, puesto que, de hacerla, sale un tiro cortito como patada ‘e chancho, o termina por partirse la punta del anzuelo en alguna piedra de atrás si antes no quedó colgada de los ñires, que están justo donde más se necesita dejar ir la línea. Ver cómo él llega con la mosca al lugar que quiere, ahí donde uno se imagina que están las marrones, es observar exactamente lo que uno quisiera hacer. Y si encima, como varias veces me ocurrió, estuve allí en el preciso momento en que él tenía una toma, bueno … todo se daba en grado superlativo.
La cuestión es que ahora iba cambiando nuestra rutina de pesca diaria, porque en aquellos pagos cada uno tiene la suya. Algunas cosas de mi rutina, y la imposibilidad a veces de encontrarnos en el sur con Eliseo, pues febrero (su mes fundamental), para mí era imposible, hicieron que no nos encontráramos tanto como antes en Junín de los Andes.

Jorge Donovan, Charles Radziwill y André de Ganay y un truchón sacado por el príncipe, 7500kg. ¡Lo que fue el festejo!

Quedaban pues las cosas para ser contadas en Buenos Aires, en el comedor del Club de Pescadores (El mejor Club de Pesca del mundo), almorzando y pescando imaginariamente cuando volvíamos de allá, Por esto, en adelante no serán tan frecuentes los relatos de pesquerías que tuvimos con Eliseo hasta ese nefasto 28 de abril de 1982, en que tuvo aquel maldito accidente que terminó con su vida. Nada menos que él, el tipo más respetuoso de las leyes de tránsito y de la prudencia del manejo en rutas.
Un par de meses antes había sacado su última gran trucha en la “Boca”, una marrón de 8.500 gramos que dejó ahumándose en manos de doña Elena, y que yo traje a la vuelta en marzo. Para festejarlo nos juntamos un domingo en el Club con dos amigazos comunes, Claudinho Poceiro y Jorge Arciello, y con buen vino nos comimos un frasco de aquella delicia, y nos reímos y contamos todo el verano de pesca. Al día siguiente se iba para el Chaco. No nos vimos más, pues a los pocos días se mató.
Fue un enorme amigo, el mejor que conocí.

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