AL FIN EN “LA MECA”

Por Cristian A. Bengolea

Hace muchos años (no recuerdo cuantos) me encontraba caminando por las calles de New York, y a la vuelta de una esquina me encontré con un celebre negocio de pesca llamado “Urban Angler”. Como era de esperar, sin ningún tipo de titubeo encaré la entrada para deleitarme con lo que podría ver allí adentro. Luego de dar varias vueltas en su interior y gastarme unos cuantos pesos, me encuentro con un brochure que invitaba a un viaje a pescar Steelhead a British Columbia. Por mera curiosidad me acerqué al propietario del boliche para consultarle sobre el viaje y su costo, a lo que él respondió con otra pregunta: “de dónde es Ud.?”. Luego de contestarle de donde venía yo, vi. como su cara se transformaba en una mueca de sorna acompañada por una risotada que remató con un: “para que quiere Ud. gastar su dinero en British Columbia teniendo Río Grande a pocos kilómetros? Señor –me dijo- ustedes tienen La Meca allí abajo”.
Durante muchos años, esas palabras me acompañaron dando vueltas en mi cabeza, y la idea de hacer un viaje de pesca a Río Grande se hacía cada vez mas imperiosa de concretar año tras año.

No puedo explicar porqué ha pasado tanto tiempo entre que el propietario de Urban Angler me estrellara aquella categórica frase en la cara, y la concreción del viaje a Río Grande. Motivos hay muchos, pero la realidad es que para una persona que le gusta pescar truchas con mosca no poder concretar un viaje a Río Grande no tiene explicación.
Pues bien, cierto día de noviembre del 2005 pasé por otro boliche de pesca -pero esta vez en Buenos Aires- y su propietario Marcelo Morales me comentó que había un par de lugares disponibles para una semana de abril de este año. Sin dudar un segundo, y dado que tengo el sí fácil, le dije que contara conmigo. Inmediatamente lo llamé a mi amigo Andrew Buchanan, el cual tiene un sí mas fácil que el mío, y antes de haber terminado de hacerle la propuesta ya había contestado afirmativamente. De allí en más fue todo ansiedad y espera.

Finalmente, el domingo 9 de abril a las 6 de la mañana se abría otro capítulo en mi vida de pescador: por fin iba a pescar a La Meca.
Arribados a Río Grande nos esperaba la gente de Kautapen, el lodge en donde nos íbamos a alojar durante nuestra estadía de pesca. Todo era perfección. Los cuartos, el bar, el living, el comedor, el sauna, la gente, el día, el clima, la comida, la bebida. Todo era como debía ser. Sólo faltaba que el río nos diera lo que habíamos ido a buscar.
Fue una eternidad el tiempo transcurrido entre nuestro arribo al lodge y la hora de partida al río. Luego de un esplendido almuerzo y una pequeña charla de Steve Estela, el head guide de Kautapen, en donde nos informaba que el río no se encontraba en buenas condiciones luego de las copiosas lluvias de la semana anterior, nos zambullimos dentro de los waders a la espera de nuestro encuentro con “el Grande”.
Aquella primera tarde salimos con Marce-lo nuestro guía, para ir a pescar 2 o 3 pooles del río. Cuando llegamos al lugar, tal cual nos había anticipado Steve el río estaba absolutamente aluvionado como si se tratara del Paraná. Condiciones muy difíciles de pesca, así que aceptamos aquella derrota inicial para prepararnos para el día siguiente.
La mañana del lunes se presento fría y ventosa, y nuestra esperanza era que el agua se hubiera aclarado un poco a fin de aumentar nuestras chances de pesca. Las moscas derivaban una y otra vez en el agua, sin ningún resultado. Diferentes colores y tamaños fueron pasando a lo largo de la mañana con la vigilia del pique esperado durante tanto tiempo.

Con Gastón como guía, partimos por la tarde a Nirvana -uno de los tantos pools del río- ya con cierta inquietud por no haber sufrido algún ataque a nuestras moscas. “Háganlo bien despacio” fue la recomendación de Gastón. Andrew iba por delante mío casteando hacia la orilla opuesta, complicados por el fuerte viento del sudoeste. Luego de casi una hora y media de pescar ese pool, y ya en la cola del mismo, casi límite con la cabeza del “Flaggs”, el río hace una curva a la derecha. Allí en ese punto, el agua hace un pequeño remolino con un remanso posterior. Es allí por donde yo quería pasar mi mosca. Dada la distancia y el viento decidí como último recurso antes de finalizar el pool, meterme en el canal con el agua por encima de la cintura, y tratar que la mosca derive lo más paralela a la costa posible en ese punto que yo tenía como objetivo. La correntada me desestabilizaba un poco, pero tenía que esperar el momento en que estuviera bien afirmado y aflojara la ráfaga de viento, para presentar la mosca en dicho punto. Necesitaba esa oportunidad, y la tuve. La mosca cayó unos metros antes y derivó al canal justo al final del pool. La 350 se hundió rápidamente y en el momento que finalizaba la deriva un fuerte tirón me estremeció de arriba abajo de tal forma que casi me hace perder pie en la correntada. La potencia de lo que tironeaba mi línea era tal, que arqueaba mi caña 8 como nunca lo había visto antes. Enseguida tomé conciencia de que tenía un buen pescado pues veía los borbollones de agua en los intentos por saltar que hacía la trucha, pero que su peso no le permitía. Salí hacia la orilla con una excitación fenomenal, a merced de lo que mandara el pescado en esos primeros mementos de lucha, concentrado en tenerlo lo suficientemente tenso para evitar una corrida aguas abajo. Sabía claramente que era el pescado más grande de mi vida de pescador de mosca. En un primer arrime a la orilla, Gastón logro verla y me dijo: “es un pescado importante”. Esas palabras surtieron el mismo efecto que un trago de laxante, pues mis tripas crujían a más no poder por temor a perder esa trucha que había venida a buscar y por la que había esperado tanto tiempo. Luego de unos 20 minutos, al tercer arrime y con el brazo izquierdo algo cansado de mantener la tensión en la línea, Gastón pudo “netearla” y sacarla del agua. Yo no daba crédito a lo que tenía delante de mis ojos. Me resultaba inmensa. Era lo más grande que había pescado sin ninguna duda. Por lejos. La balanza acusó 9 kg. que Gastón informo con vos estridente como para que yo lo oyera claramente. Todo era emoción, alegría, fotos, videos, y el deseo de no dejarla ir para mirarla en todo su esplendor por lo que quedaba del día. Un animal de semejante belleza es para contemplarlo por largo rato. Ya había obtenido lo que había ido a buscar tan ansiadamente.

Luego de varios tragos de whisky y de bajar mis niveles de adrenalina, agradecí al Altísimo el regalo que me había hecho, y recordé con mucho cariño a quien me enseño a usar una caña y una línea de mosca: D. Jorge Donovan.
Recomencé mi tarea en la cabeza del “flaggs”, en donde al segundo cast tuve un nuevo y potente ataque que no pude clavar. No habían transcurrido cinco minutos, que en una nueva deriva robe una trucha grande la cual emprendió una veloz e interminable corrida aguas abajo que destartaló mi viejo Pflueger al que le faltaban tres tornillos y no le andaba el freno. En el momento que el reel no respondía y la amnesia me había quemado los dedos cortándome los pliegues de las falanges, decidí comenzar a correr por la costa acompañando la corrida del pez. Gastón que ya se había dado cuenta del “robo” también salio corriendo con la red, a fin de intentar “netearla” en una playa aguas abajo distante unos 200 metros del lugar del robo. Por lo tanto habíamos formado un gracioso tren encabezado por la trucha, seguido por Gastón y su red, y por último yo con mi reel atascado, todo acompañado por las carcajadas de Andrew que a mis espaldas, no podía contener la risa por el cuadro que se le presentaba. Por suerte la trucha se desprendió del anzuelo y quedó liberada, y todo volvió a la normalidad. Llegadas las 8 de la noche, era hora de regresar al lodge. Esa tarde no me la olvidare jamás.
El día martes me desperté cerca de las 4 de la mañana todavía reviviendo la captura del día anterior. Fue un mal día de pesca, pero no empañó para nada lo sucedido el día anterior.
Tal cual lo había augurado Steve, el día miércoles el río se presentó con aguas mas claras y concluyó con 6 pescados capturados. Los 3 de la mañana fueron en “el japonés” del río Menéndez. Llegamos a ese pool con Tomy como guía a las 12 del mediodía, luego de haber estado en “la boca” en donde Marcelo Morales que nos acompaño ese día, prendió una de 5, 5 kg. Para la una menos cuarto ya habían salido 3, y yo acababa de clavar una trucha importante. Mientras yo combatía con mi trucha, Andrew decidió no perder tiempo e hizo un cast unos 80 metros aguas arriba, que fue correspondido con un fantástico pique que contribuyó a concretar un doblete de 6 kg. Una mañana extraordinaria que desgraciadamente tuvimos que interrumpir pues a la una hay que retornar al lodge. Reglas son reglas, pero confieso que me hubiera gustado encontrar la camioneta con las gomas pinchadas, o el carter roto, o cualquier otro contratiempo que nos hubiera permitido quedarnos en ese pool mucho más tiempo.
Por la tarde salimos con Mat, y nuevamente nos acompaño Marcelo. Para mi fue una gran alegría la compañía de Marcelo, dado que nos conocemos desde hace muchos años, pero nunca había tenido la oportunidad de pescar con él. En lo personal lo considero un maestro. Un exquisito caster cuya estética con una caña de mosca la considero insuperable. A él le debo otra parte de lo poco que sé de la pesca con mosca. Él y Jorge Donovan fueron los que me introdujeron en este mundo de la pesca con mosca en los años de “La Peña de la Mosca” en la calle Honduras.

Con Marcelo nos ubicamos en “el cofee shop” y Andrew fue aguas arriba al “wheeler`s run”. En la primer pasada, al tercer cast, tremendo ataque: 7 kilos. En la segunda pasada otra de 5 kilos. Luego comenzó la pasada Marcelo, que prendió una chica, pero se desquitó con una bien plateada fenomenal de unos 7-8 kilogramos. Por último, hicimos una cuarta pasada encabezada por mí, y prendí otra de unos 3 kilos. Aguas arriba Andrew había prendido una de 5 kilos, y había perdido una muy importante que se desprendió luego de un largo combate.
Llegadas las 8 de la noche, hubo que levantar la línea y despedirnos de la pesca en el Río Grande. A la mañana siguiente emprendíamos el viaje de regreso.
Luego de aquel magnifico y último día de pesca comimos y bebimos en cantidad y calidad, y nos despedimos del magnifico grupo con quien compartimos esos días en el lodge.
Kautapen me resulto un lugar estupendo, con una hoteleria y atención fuera de serie, pero sobre todo tiene un río espectacular repleto de pescados de una calidad increíble.
Luego de este viaje al Río Grande me quedan claras dos cosas: 1) esta ha sido la experiencia de pesca más gratificante que yo recuerde, y 2) que ya debo comenzar a ahorrar dinero para regresar el año que viene.

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