Acerca del Catch and Release

POR CARLOS E. SALINAS

Deseo contarles al correr de la pluma, o mejor en mi caso a los tropezones de la máquina, las razones por las que he dejado de matar truchas y salmones desde hace ya bastante tiempo, porque últimamente he notado un cierto tufillo a pólvora en la conversaci6n de mis amigos pescadores acerca de la estrictez con que las reglas del “catch and release” deben ser cumplidas.
En materia de léxico, sé que hay quienes se sienten molestos por el uso que otros hacen de expresiones inglesas. Por eso se ha inventado algo tan solemne y pomposo como “captura y devolución”. Jamás he de utilizar semejante jerga. Si alguien me propusiera llamar a la cosa “agarre y suelte” aceptar (a encantado, pero sé que es muy difícil que prospere esta idea. Por lo tanto seguiré diciendo “catch and release”.
Que en realidad no fue inventado por Donovan, que es entre nosotros el sumo sacerdote de este culto.
Lo inventaron según creo los americanos (esto no pretende ser un trabajo erudito sino una charla como podríamos tener en la calle Honduras). Tenían una presión de pesca tan brutal en todos sus ríos y lagos que les fue fácil darse cuenta que sus truchas estaban en vías de extinción inminente. Lo primero que se les ocurrió fue llenar el país de pisciculturas y los ríos de truchas de cultivo. Además cada vez las querían más grandes. y cuanto más grandes las sembraban más estúpidas eran.
Las masas de pescadores iban atrás de los camiones sembradores y las truchas no duraban más que minutos en el río. Se llegó al extremo de inventar la ‘pellet fly”, que pretendía reproducir esos balines de alimentos balanceados. Cada tiro, un pescado a la bolsa. Los pescadores eran para las truchas la viva imagen de quien las alimentaba en el criadero. Venían a retozar a sus pies.
Ese estado de cosas solo podía satisfacer a los que gozan al máximo exhibiendo su presa muerta ante los demás. Los pescadores de verdad estaban desconformes y vino la reacción. En muchas partes se dejó de sembrar, al menos truchas grandes:
y se impuso en cada vez más aguas la pesca exclusiva con mosca. Si bien hubo grandes progresos fue necesario ir más allá. En muchos ríos; especialmente los de gran calidad, se estableció la regla del “catch and release” y como allá el cumplimiento de las normas resulta bastante más popular que entre nosotros, los resu Itados fueron espectaculares y ríos que se consideraban perdidos volvieron por sus fueros. y Donovan se enteró de todo esto. …
Su prédica en nuestro medio fue constante, prolongada y puso en ella su entusiasmo de siempre.
Desparramó montones de semillas entre las piedras, pero algunas cayeron en lo fértil y la campaña Comenzó a dejar sus frutos. Desde hace ya varios años tenemos ríos colocados bajo la regulación del “catch and release” tanto en parques nacionales como en jurisdicción provincial. Ya nos hemos acostumbrado a ello olvidándonos un poco del gran trabajo que costó imponer la idea.
Personalmente tengo la impresión de que el sistema no ha rendido aquí en forma tan notable como en su cuna. No sé si ello debe atribuirse al frecuente incumplimiento de las regulaciones, pero lo cierto es que no tenemoS datos precisos por falta de medios técnicos para censar la población de losos, falta de interés en ese tipo de investigación o lo que sea. De todas maneras no tengo dudas de que el sistema ha sido y seguirá siendo bueno y que podría dar aún muchos mejores frutos si fuera objeto de acatamiento generalizado.
Ante una norma que ponga un río o un tramo de él bajo el régimen en cuestión, los pescadores suelen reaccionar de distintas maneras. Un número regular acata cumplidamente la regla y sigue pescando Con gusto en el río de que se trate. Otros acatan también la norma pero se van a pescar a otro lado pues al parecer la pesca no les comp lace tanto si no logran desnucar al adversario. Los hay también y Son muchos, que exteriorizan una aceptación teórica del sistema, aunque en la práctica lo violan permanentemente usando múltiples pretextos; esta categoría no se ve tanto en los ríos en que el “catch and release” está impuesto en forma absoluta, sino en aquellos en que sólo se permite matar truchas que excedan de cierta longitud: en este sentido resulta admirable la versatilidad de nuestros instrumentos de medición. Por último, hay quienes violan las regulaciones desfachatadamente o simulando ignorarlas.
En lo que sigue no me voy a ocupar de las dos últimas formas de conducta aludidas en el párrafo anterior, porque p.ienso que toda transgresión deliberada de una norma jurídica vigente se descalifica a sí misma. Se trata de un obrar ruin y pienso que el más grave reproche debe en el fondo provenir de la misma conciencia de los infractores.
Las normas se han hecho para ser cumplidas si queremos convivir pacíficamente y ello debe bastar para que los hombres de bien las respeten (tal vez convenga que haga salvedad con respecto a cierto tipo de normas que no deseo explicitar aquí para no crearme enredos con el fisco). Creo entonces que no vale la pena tratar de exponer las razo:nes por las cuales debe darse acatamiento a este tipo de regulación de pesca o cualquier otra, ya que son obvias y están al alcance de todos.
Mucho más interesante parece tratar de analizar los motivos que mueven a algunos pescadores a no matar las truchas que pescan, aún en aguas en que la matanza es lícita.
Ya se vio anteriormente que también hay pescadores que prefieren no concurrir a las aguas “catch and release” y pescar en cambio en otras en que la presa puede ser matada luego de su captura.
Vale la pena estudiar las causas que impulsan a unos y otros a obrar de eso& modos. aunque para mi propósito prefiero comenzar con los últimos y terminar por los primeros.
En materia de motivaciones conviene distinguir entre las que se exteriorizan y las que suelen mantenerse ocultas, ya que las primeras pueden resultar ser simples pretextos para d isi mu lar las segundas.
Hay quienes dicen que ciertos pescadores deportivos matan a su presa por razones de atavismo esto es por la reaparición de instintos ancestrales propios de las eras primitivas, en que el hombre vivía de la caza y de la pesca. Esta explicación no me convence por un doble motivo: por un lado creo que los que fueron los instintos de 10$ trogloditas se hallan recubiertospor tantas capas de pintura aplicadas por nuestra civilización, que carecen de posibilidades prácticas de aflorar (conste que me estoy refiriendo a quienes practican el arte gentil de la pesca con mosca ya que difícilmente podría decir lo mismo de algunos otros cenáculos). Por otra parte, aún no he encontrado a quien me diga que se munió de un palo o de una piedra y descalabró a una pobre trucha porque sintió un impulso irreprimible para hacerlo. Tampoco he encontrado a quien me confiese que experimenta algún placer en el acto mismo del sacrificio. ..¿Quién podría gozar en aplicarle un porrazo a algo tan lindo. tan brillante, tan colorido y vivaz como una trucha y transformarla de golpe en algo rígido.
opaco, desteñido y hasta maloliente.
Dejemos entonces de lado la teoría del instinto analicemos ciertas explicaciones que uno suele recibir. A veces alguien que está acampando mata una trucha y explica que lo hace porque no tiene otra cosa que comer o sea que en definitiva estaría tratando de matar el hambre. Esta teoría no tiene conexión con la anterior, ya que cabe suponer que si la razón es sincera, si hubiera tenido un par de latas de sardinas hubiese perdonado a la trucha. Debo confesar que esta justificación “famélica” es casi la única que me parece tener alguna fuerza de convicción, aunque escasa y tampoco habla demasiado bien del sentido de previsión del sujeto.
Muy emparentada con la anterior está la doctrina del pescador “gourmet” , que sostiene que la trucha es un bocado tan sublime que le resulta imposible resistir la tentación de matarla para poder gozar de las delicias que le proporciona su ingestión en cualquiera de las variadas formas que nos brinda el arte culinario. Este argumento me impresiona como débil. Aunque sea en definitiva cuestión de gustos, no me parece que -la trucha sea entre los pescados un manjar tan excepcional como para justificar el sacrificio de su valor deportivo. Por otra parte, cuando veo un señor q ue todas las noches ilega a su casa, a la hostería, al club, al refugio o adonde sea, con varias truchas en su haber, me cuesta todavía mucho más creer en la sinceridad del argumento. No imagino a nadie comiendo caviar u ostras todas las noches por muy ricos que sean.
Otra línea argumental sostiene que con cierto tipo de heridas provocadas por el anzuelo o debido al agotamiento que resulta de una prolongada batalla -sobre todo si el material terminal es muy fino- la ‘trucha ha de morir muy probablemente, por lo que más vale asegurarse de que tal suceda aplicándole un buen garrotazo. Esta es la que podría llamarse “doctrina eutanásica”.
Las consecuencias de las heridas que al ser capturadas puedan sufrir las truchas son muy difíciles de determinar para legos, como lo somos casi todos los pescadores.
¿Cuántas veces he o(ído decir a alguien que mató una trucha porque estaba pinchada en un ojo y cuántas veces me he encontrado con truchas tuertas en plena actividad? El tema del cansancio y del ácido láctico es también muy opinable. Hayestudios biológicos serios que establecen que el nivel de toxicidad generado por la lucha contra el equipo de mosca jamás puede llegar a ser letal para el pez.
Pero en definitiva sólo algo importa: la forma más segura de que la trucha no sobreviva es que el mismo pescador sea su verdugo. Creo que por más maltrechas que parezcan nuestras amigas se les debe dar la oportunidad de reponerse; y si no podemos reahimarlas y se nos quedan entre las manos sin escapar, nos quedará el consuelo de no haberlas matado adrede. ..
Continuando con este desfile aparece ahora la teoría del trofeo.
Según ella se justificaría matar una trucha si ella fuera muy grande, ya sea en términos absolutos, o por lo menos en relación al agua en que se la sacó. Esta doctrina recibe un aparente apuntalamiento con la afirmación de la esterilidad de las truchas de gran tamaño. Esta última tesis es muy frágil ya que el tamaño del pez no depende solamente del tiempo que ha vivido sino de la cantidad de alimento que ha tenido a su disposición. Muy difícille es a un pescador común, luego del fragor del combate y muchas veces en muy malas condiciones de luz, abrir un juicio certero sobre la fertilidad de su presa.
Pero dejando de lado este aspecto marginal me da la sensación de que el matador de truchas “trofeo” estima en más el poder exhibir ante otros la prueba de su captura que el saber que en cierto río está todavía una trucha magnífica dispuesta a aceptar un nuevo desafío.
Es como si él buscador de trofeos olvidara que en nuestro deporte el verdadero adversario es la trucha y buscara confrontar con los otros pescadores, como en un concurso de pesca. Es como si voluntariamente y por una extraña regresión renunciara a lograr el grado máximo en la jerarqu(a de los pescadores de truchas (el que busca truchas difíciles) y retrocediera al peldaño que le sigue (el buscador de truchas grandes).
No querría ser mal interpretado.
Las truchas de gran tamaño son generalmente mañosas y muy fuertes.
Tanto el hacerlas morder como el dominarlas requiere destreza y experinecia (más una pizca de suerte, como en todo). Comprendo bien que se las busque. Son un desafío. Lo único que no comparto es que se las mate por el solo hecho de ser grandes, por ser “trofeo” , para lucirse ante los demás. ..Porque el mero tamaño no garantiza la dificultad de la captura. La trucha puede haber mord ido la mosca en un lance absolutamente común y puede haberse entregado sin demasiada resistencia. El porte no lo dice todo. ..Si la captura fue realmente difícil y meritoria, el único verdadero trofeo estará grabado en la memoria del pescador de raza, que la registrará en todos sus detalles, en forma indeleble y para siempre. ..En relación a los demás, tal vez pueda compartir su precioso recuerdo con algún otro, siempre que tenga la inmensa suerte de dar con alguien interesado en escucharlo y que no esté a la espera ansiosa de la menor pausa respiratoria para interrumpirlo y espetarle su propia historia.
Lamentablemente he llegado a la convicción de que es este tipo de motivaciones “sociales” el que predomina entre quienes gustan de matar las truchas que capturan. Son muy variadas. ..Van desde un erróneo afán competitivo, exhibicionismo, deseos de quedar bien con alguna persona, de azorara los no iniciados con el exótico manjar ahumado, etc. Lo digo con toda tranquilidad porque no tengo empacho en conferir que a lo largo del tiempo he experimentado todos y cada uno de esos impulsos. En lo que queda trataré de explicarles las razones por las que ha dejado de motivarme.
El “catch and release” absoluto, o sea la voluntaria decisión de no matar
más truchas aunque resulte rícito hacerlo, ha sido defendido con una serie de argumentos teñidos de cierta grandilocuencia y que personalmente no me emocionan demasiado.
Algunos hablan de que debemos preservar la riqueza ictiológica de nuestras aguas para beneficio de las generaciones futuras. Creo que lo mejor que podemos hacer por las generaciones futuras es no tratar de protegerlas y dejarlas que reaccionen frente a las circunstancias que les toque vivir del modo que estimen más acertado. No debemos perder de vista que a esas generaciones les hemos dejado ya un legado invalorable, como es la experiencia del más extraordinario cúmulo de barrabasadas que generación alguna pudo consumar. Si realmente queremos el bien de las generaciones futuras no nos ocupemos de ellas, no les brindemos “cobertura”; no quedarán eternamente agradecidas.
También se dice que cuidando de acrecentar la población truchera en las aguas aptas, se fomentará el turismo en las provincias en que ellas existen, con la consiguiente generación de riqueza. Si es así no puedo menos que considerar esa consecuencia del “catch and release” como un mal necesario. Jamás he considerado que la pesca con mosca pueda practicarse gratamente en el marco de un hormiguero turístico.
Basta con ver la diferencia que va de febrero a marzo, cuando abren sus puertas los benditos colegios y nos dejan en ese dulce aislamiento sin soledad que nos brindan los ríos, como escribió Traver. Buenos, si gracias a no matar truchas se produce esa avalancha tur(stica (me huelo que se requiere algo más) , seguiré sin matarlas, me buscaré un buen páramo y emigraré.
Pero, me podrá decir quien haya tenido la paciencia de seguirme hasta acá, ¿cuál es al fin la razón por la que usted dice que no mata las truchas?
La primera razón es que me apasiona la pesca de truchas con mosca porque en mi vida jamás pude encontrar algo tan agradable, divertido y emocionante para pasar mi tiempo libre. Agradable por lo maravilloso de los parajes donde están siempre las truchas. Divertido y emocionante por la concentración mental que requiere el lograr engañarlas y la bizarría con que dan batalla cuando se las enfrenta con equipo adecuado.
Pienso en las truchas como en maravillosas compañeras de juego.
¿Cómo;me va a pasar por la cabeza matarlas? Cada vez que devuelvo una trucha luego de lograr dominarla, me de un enorme placer porque sé que estoy contribuyendo a que si otro no la mata, ella esté al poco tiempo nuevamente al acecho y dispuesta a brindar un nuevo encuentro, una nueva emoción, pero mayor, porque habrá salido del entrevero más hábil, más desconfiada, más difícil. El “catch and release” educa a las truchas, jas hace mejores, más aptas para enfrentarnos y darnos placer.
Cada vez que reanimo una trucha con toda la delicadeza de que soy capaz y la veo escaparse con vivacidad de entre mis manos, estoy saboreando por anticipado una nueva lucha con un adversario, más difícil aún que el que acabo de vencer y este placer me resulta, a mí al menos, infinitamente superior a la exhibición del “trofeo” , al de comérmela , de regalarla, o a cualquier otro que pueda imaginarse. Por eso no mato más; por puro egoísmo.

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