El Paraíso Muerto

Cristián A. Bengolea y Daniel Mus

Luego de años y años de oír y leer los fabulosos relatos sobre la pesca del “tigre de los ríos” en los ríos Bermejo y Lipeo, comenzamos a evaluar la posibilidad de realizar un viaje a esos pesqueros.
La acumulación de imágenes de enormes dorados apenas sostenidos por las manos de guías y pescadores y los relatos de luchas titánicas nos habían decidido. Parecía que un viejo sueño llegaba a su fin.
Aquellos que hemos sentido el ataque “del Tigre” a nuestras moscas, caemos presa de una pseudo adicción, difícil de explicar, pero que inexorablemente pide más y más.
Años de ocupaciones y preocupaciones, y cuestiones de calendario, sumados a la sempiterna responsabilidad de no abandonar las obligaciones cotidianas, nos habían mantenido alejados de las yungas salteñas, y del tigre en dicha región.

Pero la decisión estaba tomada. Comenzamos por los presupuestos de guías y hospedajes, los cuales nos resultaron realmente exorbitantes, y luego de varios contactos, dimos con una cifra un poco más lógica y acorde a la catástrofe que estamos viviendo.
A partir de allí, lo de siempre: la elección de las moscas, los líderes, las cañas, la ropa, y sobretodo, las ganas de cumplir el viejo sueño. El 737-200 de Aerolíneas Argentinas toco suelo salteño, y casi inmediatamente estábamos en contacto con la gente que nos esperaba allí, con una 4×4 llena de víveres y escasos kilómetros, por lo que partimos rápidamente a Aguas Blancas en la frontera con Bolivia. Pasamos al país vecino ya de noche, y tomamos la ruta que une Bermejo con Tarija, la cual va bordeando el río Bermejo en toda su extensión. Luego de unos 35 Km. de tierra, bajamos el río del lado boliviano, vadeamos con la 4×4 hacia el lado argentino y llegamos a la finca Las Pavas, que está dentro del parque Nacional Baritú, a 1 Km. de un pueblito boliviano llamado Salado, y a 4 km. de Nogalitos, también del lado Boliviano.

Si bien llegamos de noche, la impresionante luna que nos recibió nos permitió tener una pequeña muestra de la magnifica belleza del lugar.
Deseosos que llegue el día y largar las plumas al agua en búsqueda del tigre, nos fuimos a dormir temprano a la casa de la finca, que tiene todas las comodidades que necesita un pescador, sumado a la muy esmerada atención de su propietario la cual se mantuvo constante durante nuestra estadía.
La mañana nos recibió a su usanza en esta época, con neblina y alta humedad, para dar lugar al gran sol alrededor de las 9:30 horas, lo que nos permitió admirar en todo su esplendor la belleza del lugar, con un río realmente espléndido, y un maravilloso entorno pintado con una gran gama de colores, desde el azul verdoso del agua, el profundo celeste del cielo, y la extasiante presencia de los lapachos en flor.
Taza de café y a las correderas. Comenzamos con la que está justo debajo de la finca, y de allí fuimos río abajo recorriendo las correderas y pozones hasta el arroyo Las Pavas. Resultaba realmente placentero mosquear allí en ese entorno, sin viento y con mucho espacio. Solo faltaba la llegada del tigre.

Transcurrida la fresca mañana sin ninguna noticia, disfrutábamos haciendo volar la línea y contemplando el salto de algún sábalo que era el único vestigio de vida subacuatica que veíamos.

El entusiasmo inicial no nos permitió reparar en los movimientos de tierra que estaban haciendo del lado boliviano, para la pavimentación de la ruta Bermejo-Tarija que acompaña al río en todo su trayecto, hasta que al filo del mediodía 3 sirenas y luego una tremenda explosión que nos dejó casi sin aliento: estaban dinamitando el cerro. No transcurrieron más de 2 minutos en que el viento nos trajo una inmensa polvareda producto de la explosión, y segundos más tarde el agua nos trajo el aluvión que opacaría las blancas correderas del río.
Ya con 30° de temperatura, usuales a mediados de Agosto, volvimos a almorzar a la finca y por la tarde partimos al río Ripeo.

Vadeamos nuevamente el Bermejo para pasar a Bolivia, y tomamos el camino río arriba. Pasamos Salado, y llegamos a la corredera del Expreso en donde la empresa constructora de la ruta había invadido el río de tal forma que modificaba su cauce, mientras que el ruido de los camiones se confundían con el sordo sonido que producen las retroexcavadoras y el escándalo que generaba la gigantesca máquina de moler piedras.

Nuestra fascinación inicial comenzaba a transformarse en cierta preocupación por el gran movimiento que veíamos y el no haber visto en todo el día el salto de algún dorado. Pasando Nogalitos, tomamos el camino al río Ripeo que pasa por un valle con plantaciones de papa, tomates, chauchas y zapallos, salpicadas por los ranchitos de adobe con techo de paja y caña de los lugareños que explotan esas tierras.
A pesar de que el calor se hacía sentir, nuestras moscas caían al agua una y otra vez, ya en el Lipeo, ya en la boca, ya en el Bermejo. Nada. Plumas verdes, azules, coloradas, cabezas Muddlers, toda la gama. Nada.
Minutos antes de llegar a un pozón ubicado a unos 700 metros de la boca del Lipeo, Bermejo abajo, un pescador con equipo de spining y cuchara de por medio, prendió un dorado de 5,5 Kg. , el cual había sido inexplicablemente sacrificado.

Regresamos a la finca a última hora, ya con una visión más realista de la cosa: un río muy expuesto, mucha polución, poco pescado, poca agua, y el único lugar en donde la cantidad de agua era interesante para proteger algún ejemplar, ya había sido atacado con una cuchara, y el pescado había sido muerto.
A la mañana siguiente regresamos al Lipeo, y bajamos el río desde la boca hasta Nogalitos, que no son pocos kilómetros de río. Nada, nada y otra vez nada. Todo acompañado con alguna detonación de dinamita en el cerro.
Pero todavía no habíamos visto lo mejor.
Con 34° regresamos a la finca a las 14:30 hs., almorzamos y tratamos de dormir algo de siesta en medio de sirenas y explosiones que nos recordaban las filmaciones de los bombardeos de la vieja Europa en la segunda guerra mundial.

Convencidos ya de que el cuadro era irreversible y nos quedaba una sola tarde de pesca, nos largamos Bermejo abajo con nuestro mejor espíritu de lucha, lanzando y relanzando una y otra vez nuestras moscas al agua. Llegando a uno de los pozones más lindos del río, que sigue a la corredera de Las Pavas, comenzamos a buscar nuestro ilusorio trofeo sin percatamos que a nuestras espaldas estaban operando cuatro bolivianos con unas embarcaciones caseras hechas con cubiertas de camión, en las cuales se ubicaba el timonel en la cubierta de adelante y el redero en la de atrás. Dejándose llevar por la corriente, el redero lanzaba la red con un fondeo a fin de enviarla al fondo del río, y “barría” las corredera y los pozones con una precisión de GPS, por lo que no repetía el mismo lugar dos veces. La presencia de una gran cantidad de cuervos nos confirmó que al otro lado de la piedra donde estábamos, se había llevado a cabo la limpieza de los ejemplares capturados con las redes. Estaba todo dicho. No había pescados ni los habría, por lo que no había pesca ni la habría.
Masticando bronca y frustración, no nos entregamos y seguimos río abajo hasta entrada la noche. Otra vez nada.

Partimos de regreso a Jujuy a la mañana siguiente, en busca del avión que nos traería de regreso. Nos dedicamos exclusivamente a mirar el río durante todo el trayecto a Bermejo. La totalidad del río estaba expuesto a la predación de una manera total, y la innumerable cantidad de “chapapas” (especie de trampa para pescados con forma de embudo fabricada con piedras en el lecho del río), aparecían como la firma inocultable de la sentencia de muerte del Bermejo.
Nuestra intención es compartir con los socios de la AAPM nuestra experiencia en los ríos Bermejo y Lipeo, y alertarlos sobre la diferencia evidente entre lo que publica la prensa comercial, y la realidad de dicho lugar, dado que los costos de dicho viaje son realmente elevados.
Regresamos con la derrota a cuestas, la frustración de compañera y la dolorosa sensación de haber estado en un paraíso muerto.

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