Dinosaurios con mosca

por J. P. Gozio

El día muere en un cuadro con la pincelada del Mejor de los Pintores. El agua, enmarcada por una hilera de afilados juncos, refleja como un ahumado espejo el rojizo horizonte. Se combina con un borde aterciopelado de color verde delicadamente provisto por la vegetación acuática fundida al juncal. La alta temperatura del día se rinde ante una fresca brisa con olores naturales, haciendo aún más confortable el ambiente. La calma más absoluta sólo es perturbada por el chapoteo distante de aves acuáticas y su danza prenupcial.

El cristal se rompe aleatoriamente con violentos borbollones producto de la actividad milenaria de cazar para comer de las especies carnívoras. La naturaleza en su plenitud se me revela y me encuentro en ese momento mágico empuñando mi caña de mosca. Nada puede ser mejor. Es el momento perfecto. La belleza de la naturaleza en su más cruda expresión combinada con la sutileza del estilo de pesca más refinado. Despierto del ensueño ejerciendo la tensión final sobre el nudo para atar mi mosca. Es mi favorita, sin dudas no fallará.
Tanta dedicación y esmero días atrás en la mesa de atado la crearon, y hoy, en mis manos, tratará de cobrar vida. Ajusto los anteojos, bajo la visera del sombrero, cierro el puño sobre el suave corcho, disfrutando de su áspera sensibilidad, suelto la mosca y hago un roll para empezar a extender la línea. El blanco estaba marcado desde hacía unos minutos. Como un centro para dardos, se había abierto un círculo en el agua, delatando la presencia de la presa y fijando en mis retinas el lugar preciso para ubicar la mosca. Y aquí estaba, con la línea en el aire y apuntando con la concentración de un tirador olímpico. A diferencia de un dardo mi mosca no tendría que acertar en el impacto sino en su recorrido. Sabía que el tiro debía pasar unos centímetros la posición marcada. Y mágicamente así sucede. La línea se extiende, la acompaña el leader y finalmente la mosca que impacta bruscamente en el agua con un chasquido, apenas a un puño de la hilera de juncos. Cuando la fugaz turbulencia se disipa, comienzo a recuperar la línea conteniendo la respiración inconscientemente. La mosca hace su trabajo y cobra vida bajo el agua. Dos tirones y la superficie lisa del agua es surcada por una aleta. Como un submarino emergiendo se acerca velozmente y se detiene cerca de la mosca. Observa. Toma medidas. Compara lo que la evolución le ha enseñado durante millones de años con esa imitación artificial. Todo en una pizca de segundo y frente a mis ojos. Soy testigo en ese instante del juego ancestral entre la inteligencia del hombre y el instinto del animal que quiere como presa. Afortunadamente el engaño funciona. Por alguna razón misteriosa, ese conjunto de pelos y plumas se convierte en un pequeño pez, atractivo para el predador. Doy un tirón corto pero violento y la furia se desata. Ante la sensación de pérdida del preciado alimento el predador se lanza ferozmente sobre el impostor. El agua estalla en cristales rotos y la mosca desaparece en las fauces dentadas que se cierran con fuerza impidiendo toda escapatoria. Del otro lado de la línea, me encuentro yo, el predador de orden superior que con un movimiento de la punta de la caña clavo mi garra significada artificialmente por el anzuelo. El engaño estaba consumado, ahora quedaba una lucha violenta por la supervivencia. El embaucado no es ágil, pero es fuerte. De pronto, con el orgullo herido, salta contra la pared de juncos golpeándola con fuerza, atravesándola. En el salto refleja por completo los colores del atardecer agregando un toque de belleza a la escena. Vuelve al agua por acción de la gravedad, dejando algunos juncos rotos. Enojada por la ineficacia del golpe para liberarse, corre unos metros hacia la zona profunda del claro. Con algo de tensión en la línea pretendo moverla, pero en una reacción sorpresiva decide elevarse nuevamente, esta vez más alto y con más violencia. La veo explotar en el aire y salpicar a su alrededor en contorsiones frenéticas. Se erige en todo su esplendor un pez antediluviano de fuerte mandíbula y aspecto amenazante. Sacude su cabeza violentamente mientras puedo ver la mosca en forma borrosa salir completamente de sus fauces. La línea se afloja… Ella gana. A la primera sensación de enojo sucedió la del regocijo. Miré el entorno, miré la mosca algo maltrecha y me alegré. Como se alegra uno cuando juega a algo con un amigo y él gana. Mi compañera estaría disfrutando de su triunfo, fijando en su memoria a esa mosca impostora que por última vez la había engañado, de eso estaría segura.

Había sido otro mágico encuentro estival con un dinosaurio llamado tararira.

Los inicios de la pesca con mosca, en el mundo y en nuestro país, han tenido un común denominador: los salmónidos. Probablemente sean los peces más atractivos para capturarse bajo esta modalidad. Esto se debe, entre otras cosas, a su belleza, la de su entorno y a la dificultad que reviste su pesca, la que requiere el conocimiento de complejos sistemas de alimentación y un entendimiento adecuado de su comportamiento.

Han pasado los años y el pescador con mosca diversificó sus posibilidades orientándose hacia especies alternativas para la modalidad. Así se empezaron a pescar en Europa y Estados Unidos: el lucio (pike), el bass, el walleye, bluegill (la chanchita del norte) y otros peces de agua dulce. Estas pruebas también condujeron a los pescadores hacia las aguas saladas, encontrando bonefish, tarpon, redfish, permit y algunos túnidos, por nombrar los más conocidos.

La pesca con mosca perdió su identificación inicial con los salmónidos y se convirtió en una disciplina apta para capturar un abanico importante de peces deportivos. En nuestro país se pesca el dorado, el chafalote, la tararira, pejerrey, dientudo, mojarrita y tantos otros aún no investigados profundamente. Por ello, esta nota está dedicada a la tararira, una especie de alto valor deportivo y abundante en diversos ríos, arroyos, lagunas y charcos.

El pez

Creo que el estudio del pez que vamos a intentar pescar nos da una ventaja invaluable antes de elegir la técnica de pesca. Por eso, empecemos revisando cómo es una tararira. Tarea para la cual pedí ayuda a José Mestre, a quien agradezco su importante aporte.

Según el libro “Los peces argentinos de agua dulce” (Ringuelet 1967) las tarariras son “Characiformes ictiófagos de cuerpo poco comprimido, subcilíndrico, con cabeza fuerte y ósea, de boca grande provista de dientes caniniformes cónicos. No posee aleta adiposa y la aleta caudal presenta un perfil redondeado. Se trata de un grupo presuntamente antiguo, quizás el más arcaico de los characiformes vivientes…” En este sentido cabe destacar que casi todos nuestros peces de la Cuenca del Plata son Characiformes, dorado, sábalo, boga, mojarra, pacú, etc. No lo son los amigos bigotudos con cuero ni el pejerrey, entre otros.
Analizando la contextura corporal y las aletas de la tararira descubrimos rápidamente que es un pez de natación relativamente lenta. Con aletas redondeadas y cuerpo poco hidrodinámico, se trata de un pez “diseñado” para vivir en ambientes de aguas quietas, realizar cortos pero potentes desplazamientos, cazar al acecho (por la falta de velocidad) y camuflarse fácilmente. En contraposición pensemos en un dorado, de gran colorido, con posibilidades de desarrollar altas velocidades en su natación a través de su cuerpo estilizado y aletas anguladas. El dorado no necesita esconderse, simplemente se lanza como flecha sobre sus presas. Recuerden también la forma de un atún, similar a un torpedo, con una cola angulada y fina, y aletas casi imperceptibles, que le permiten alcanzar altísimas velocidades.
En nuestro país se conocen dos géneros con una especie cada uno: Hoplias y Hopleythrinus. En ambos casos “hoplon” viene del griego armadura, haciendo referencia a la contextura ósea de su fuerte cabeza.
La Hopleythrinus Unitaeniatus no es más ni menos que la llamada tararira ñata que habitualmente se usa como carnada para dorado o surubí en el Paraná superior. Curiosamente es una especie adaptada para la respiración aérea, lo que contribuye a su ya alta resistencia a las condiciones ambientales variables. Las diferencias respecto de la Hoplias son casi imperceptibles para el pescador, salvo una: su tamaño. La ñata raramente supera los 30 centímetros. Su pesca no es susceptible de ser realizada en forma deportiva ya que generalmente su aparición es ocasional.
Su hermana mayor, la Hoplias Malabaricus Malabaricus (simplemente tararira, tarucha o tarango para nosotros) es mucho más conocida para nosotros los pescadores. De características físicas similares, su tamaño puede alcanzar hasta 70 centímetros, llegando a pesar 9 o más kilos, dependiendo del ambiente en el que se la encuentre. Su área de distribución es asombrosamente extensa, encontrándose ejemplares de Hoplias en las cuencas de ríos argentinos como el Bermejo, Dulce, Pilcomayo, Paraná, de la Plata, Uruguay, Salado (Pcia de Buenos Aires) y en países de latinoamérica como Venezuela, Colombia, Brasil, Perú, Bolivia, Paraguay y Uruguay. Su amplia distribución permite al pescador encontrarla cerca de su lugar de residencia y disfrutar de su pesca sin realizar largos viajes.
Llegado a este punto del escrito seguiremos refiriéndonos a las Hoplias y dejaremos de lado a sus hermanitas ñatas.

Ciclo de vida

La tararira es un pez de aguas cálidas. Es por ello que en la mayoría de los ambientes de nuestro país se la pesca en forma estacional entre septiembre y abril, variando en función de las condiciones climáticas de los meses extremos. En las lagunas, arroyos y pequeños ríos se da un proceso como el descripto a continuación.

Durante los meses fríos del invierno vive en estado de letargo, generalmente busca aguas profundas (cuyas variaciones de temperatura no sean tan extremas como en las zonas bajas) y se desplaza por el fondo. Cuando se encuentra aletargada, realiza movimientos muy lentos y no se alimenta. En esta época se captura casualmente en líneas de pejerrey, tratándose principalmente de ejemplares pequeños, los primeros en activarse ante un leve aumento de temperatura. También es pescada comercialmente con los dañinos trasmallos, contradiciendo un un mito muchas veces escuchado: que la tararira se entierra en el fondo durante el invierno.

Para el comienzo de la primavera (septiembre y octubre), la temperatura del agua va aumentando y su comportamiento se activa. Se desplaza a las aguas más bajas (20 a 30 cms), que son las primeras en calentarse. Retoma su actividad alimenticia y se prepara para el desove. Fabrica un nido, cavando un hoyo de unos 15 cms de profundidad por 30 cms de diámetro. Luego comienza el desove y permanece en el nido moviendo suavemente la cola, generando corriente de agua sobre las ovas, para evitar el estancamiento de agua sobre el nido. También realiza una estricta vigilancia de sus crías, comportándose en forma muy agresiva frente a algún intruso. Mientras desova no responde a ningún arte de pesca, pero los momentos anteriores y posteriores son excelentes para pescarla. Antes porque se alimenta para reponer energías perdidas en el invierno y después porque está cuidando el nido. En esta época la pesca puede realizarse durante todo el día, mejorando desde el mediodía, cuando el agua recupera la temperatura perdida durante la noche.

En pleno verano, con la temperatura que sigue subiendo las taruchas se dispersan hacia aguas más profundas, haciendo más difícil encontrar zonas con alta concentración de peces como durante el desove. En este momento los momentos más efectivos para pescarlas son amanecer y atardecer, en ese orden, y serán más efectivas las pruebas con moscas de media agua.

El final de la temporada se extiende hasta el otoño (fines de abril según el año), hasta que el frío del final del otoño la aleja de nuestras moscas y la aletarga hasta la próxima primavera.

El invierno es sin duda el momento del año más triste para todos los amantes de la pesca de esta especie y dónde más que nunca se aplica la lamentablemente famosa frase: “Hay que pasar el invierno…”

Alimentación

Como dijimos, la tararira se alimenta al acecho. En general se esconde entre vegetación acuática, adecuando su coloración al entorno. En cuanto alguna víctima descuidada pasa lo suficientemente cerca es atacada con voracidad impar por la Hoplias. Aunque dijimos que se trata de un pez ictiófago (se alimenta de otros peces), esto no quiere decir que descarte otros manjares del aire o la tierra. Entre sus alimentos más comunes encontraremos pequeños peces (pejerreyes, dientudos, chanchitas, sabalitos, etc.), y también ranas, pichones de pájaros, ratas, alguaciles (dragon flies), y toda otra forma de vida que cometa la imprudencia de pasar cerca.
No podemos decir que los ataques a nuestras moscas se producen siempre con motivos alimenticios. Muchas veces los ataques se producen por la irritación causada por nuestra mosca invadiendo su territorio.
También diremos que la tararira no es un pez selectivo a la hora de tomar moscas. Por eso diseñaremos nuestras moscas tendiendo más a generar una acción ruidosa y atractiva que a imitar perfectamente la silueta de alguno de sus alimentos preferidos.

El equipo

Si tuviéramos que elegir el equipo de mosca para tarariras en función de su combatividad, probablemente nos arreglaríamos perfectamente con un equipo #6, o quizás menos. Sin embargo con nuestras amigas se plantean, al menos, dos problemas insalvables con un equipo liviano. El primero es que la mayoría de las moscas que usamos son grandes y casi imposibles de lanzar con esos equipos. El segundo es que, en general, las encontramos en áreas de abundante vegetación acuática sumergida, obligándonos a “apurar” la captura evitando el enredo en las plantas, cosa que da por terminada la pelea por pérdida del pez o por agotamiento de éste atrapado por las plantas.

Por lo expuesto mi preferencia es usar un equipo #8, caña de 8 1/2 pies o de 9 pies (ideal para la laguna sería aún menos de 8 pies), de acción intermedia. Este equipo puede variar si las condiciones de pesca son diferentes. Por ejemplo, en un arroyo, sin vegetación y pescando pequeños streamers de media agua, puede usarse una caña #6.

Esta pesca debe ser la que menos depende del reel, siendo el elemento de menor importancia de todo el equipo. Cualquiera que pueda almacenar la línea se adaptará perfectamente. La tararira no hace largas corridas, siendo innecesario un reel con freno perfecto.
La línea puede ser una Weight Forward floating, aunque existen algunas líneas modernas con diseños específicamente adecuados para el lanzamiento de las grandes moscas de bass (originarias de las de tararira) como lo son las líneas Bass Bug Tapers. Un shooting de flote con running line puede funcionar bien también, aunque no son necesarias grandes distancias. Un tiro de no más de 15 metros cubrirá todas las posibilidades de pesca.

El leader debe ser fuerte y corto para permitir “dar vuelta” grandes moscas en el cast. Un largo de 1.4 metros es suficiente y las proporciones que prefiero son las siguientes:
El leader de acero se construye formando un loop, retorciéndolo y fundiendo, con un encendedor, la cobertura plástica en la zona entrelazada. El otro extremo puede dejarse libre para atar la mosca, o lo que prefiero, con el mismo procedimiento del loop, agregar un mosquetón pequeño que permite un cambio de mosca rápido.

Las moscas

Para los atadores, ésta es la parte más divertida o creativa del equipo. En la pesca de tarariras esa creatividad no tiene límites y nos permite usar los colores y brillos más atrevidos, que ni siquiera nos atreveríamos a imaginar en la pesca de truchas.

Podemos distinguir dos tipos de moscas para tarariras: las de superficie y las de media agua. Entre las primeras encontramos los Poppers, Divers, imitaciones de ranas, ratones, etc. En el caso de los dos primeros (Poppers y Divers) su forma está prevista para que traccionados con tirones secos produzcan chasquidos en la superficie del agua.

También encontraremos moscas de media agua como Deceivers, streamers de marabou, Rabbits, Double Bunny, Hi Ti, Blondes y toda otra imitación de pequeños peces. En este caso la acción se da recuperando la mosca replicando el movimiento de un pez herido o huyendo. En muchos casos será efectiva tirar con moscas lastradas para trabajarlas “raspando” el fondo, especialmente en aguas frías.

Dada la usual cantidad de vegetación de los ambientes donde vive la tararira, es aconsejable colocar anti-enganche o weedless a nuestras moscas.

Accesorios (indispensables)

Pinza: Debido a la fuerte y dentada mandíbula de la tararira, es recomendable retirar el anzuelo con un pinza de punta larga y resistente (no recomiendo las hemostáticas utilizadas para las moscas de trucha).
Sombrero, anteojos, camisa manga larga y pantalla solar: la exposición solar de todo el día es perjudicial para la piel. Estos accesorios nos protegen también del moscazo ocasional.
Repelente de insectos: los lugares dónde encontramos tarariras son también propicios para la procreación de los molestos mosquitos o jejenes, un buen repelente nos permitirá disfrutar de la pesca sin distracciones.

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