El pescador solitario

Esta es una sección dedicada a la Fantasía, el Humor, la Creatividad con Historias Verdaderas
o Ficticias que tienen que ver con la Pesca con Mosca y su entorno.

Por Enrique Gómez

Por delante una pared de roca azul. Una cascada de agua se deslizaba blanca sobre el fondo oscuro.

Un salto de espuma y chorros de agua transparente golpeaban el río turquesa que corría invencible y poderoso.

El ruido del pequeño torrente era hipnótico.

A la pared de roca le seguían otras que se montaban entre si ascendiendo una fronda de arrayanes, sauces y cohiues que se unían por matorrales tupidos y helechos umbrosos. Troncos centenarios, caídos y secos, mostraban en la profunda transparencia, su silencio, su quieta muerte.

Ironía de un paisaje vivo que creaba belleza desde árboles muertos.

El grupo de truchas apenas en movimiento recorría lentamente el pozo que formaba la cascada.

Un pescador fundido en el escenario lanzaba su mosca.

Su obsesión no le permitía ver la belleza que lo envolvía pero, la sentía.

Estaba inmerso en ella y a pesar de no darse cuenta, algo en su sangre y en su alma estaba siendo satisfecho. La plenitud del placer estaba mas allá. No comprendía, ni buscaba entender, solo disfrutaba siendo.

Una trucha, algo mas grande que las otras, se separó del grupo. Fue nadando lentamente hacia arriba en sentido contrario al que la mosca derivaba.

El planeta se detuvo.

Una energía única congeló el tiempo.

Todo era lento y cada uno, paisaje, pescador y pez se movían como títeres manejados por Dios.

La mosca se acercaba hacia la trucha que ascendía y el pescador parecía ser línea, río, paisaje o agua.

La trucha dejó pasar la mosca sin tomarla pero siguió su ascenso.

Cuando llegó a la superficie se transformó en un cauquén hermoso que arrastró sus palmípedas patas por el río mientras su alas marrones golpeaban el aire y lo elevaban por encima de la curva del río.

Todo pareció tan natural que para el pescador no hubo sorpresa.

Dios debe darle a los animales la posibilidad de convertirse en otros para poder sobrevivir al hombre.

La trucha no supo que el pescador solitario nunca la hubiese matado.

Sólo quería compartir la vida con ella. Ser con ella.

Recogió su línea y se dirigió hacia la orilla opuesta.

Cuando puso el pié en tierra seca un ciervo hermoso emergió del río, esquivó el auto estacionado y se perdió por el bosque oscuro y perfumado.

Nunca lo encontraron.

Dicen que el río se lo llevó.

Su familia y los amigos sintieron que ninguna muerte pudo ser mejor para él.

Cuando quieren recordarlo van a esa curva del río y siempre, siempre, por la orilla opuesta les aparece un ciervo que atento se queda mirándolos un rato antes de desaparecer.

29 de enero de 2006